¿El amor está construido y establecido? ¿Damos por hecho su existencia? ¿Realmente partimos de una facticidad, o por el contrario, estamos sólo ante una palabra; concepto, categoría o significante que participa de múltiples significados y sentidos? En cualquier caso, sea el amor una facticidad, un hecho, o una categoría del lenguaje, nos queda concebirlo en el rango de los cuerpos y los lenguajes. El amor aparece entre cuerpos y lenguajes, omitamos incluso el entre, el amor es una manifestación que acontece en los cuerpos, en los lenguajes. Y siendo así se podría afirmar que todo lo demás es mera metafísica. La lengua y el cuerpo es la materia prima y dura del amor. ¿Se podría entonces “deconstruir” esa evidencia? Sí, absolutamente, pero todo remitirá a ese plano material del cuerpo y del lenguaje: el amor es su prueba. Fin.
Otra cosa es que el amor nos deconstruya en tanto cuerpos y lenguajes; que algo de nuestra supervivencia esté marcada irreductiblemente por este suceso. Lo único deconstruible -como posibilidad- es que no seamos el mismo, si es que alguna vez se es algo como identidad, luego o durante el acontecimiento amoroso. Para algunos, la prueba de que hubo amor, que éste se hizo presente, es su afectación en la experiencia de ser “uno”. Se ha supuesto que el amor no nos deja indemnes, a su llegada algo se ve transformado; que el amor no es otra cosa que la comparencencia de la diferencia, la alteridad. En caso que nada sea transformado se trató entonces y de forma concluyente de una pura experiencia narcisista. Pero eso es otro asunto, así como aquello de los juicios morales, funcionales o estéticos de la experiencia amorosa. Para constatarlo basta con remitirse a la historieta que cada cual se cuenta a sí mismo. De eso ha vivido y vive la sociedad del espectáculo –tragicomedias, dramas, etc-. ¿Acaso alguien realmente ignora que la cosas en el amor no andan? ¿Hacía falta esperar hasta Lacan para tomar noticia de la discordancia en los asuntos del amor? Esos cuerpos y lenguajes por amor se hacen sintomáticos, pero eso también quedará para otro momento. En definitiva, la cuestión es que el amor en tanto tal es un indeconstruible en la experiencia humana, sean cuales sean los límites de esta categoría de lo “humano”.
Sin embargo, no me quiero detener en ello, se exprese como se exprese, el amor está sujeto a estas dimensiones de los cuerpos y lenguajes. Incurrir en infinitas metonimias para desdecir o volver a decir lo dicho no es deconstruir es circular en los antagonismos o polaridades que las épocas sedimentan como experiencia de la lengua y el cuerpo. Tomemos las más aceptadas y debatidas por poetas y científicos, ambos grandes artífices de la más leída literatura acerca del amor. El asunto se eleva a niveles desencarnados y sublimes, o a registros moleculares y subatómicos que dan cuenta de la irreductible materialidad del amor: lenguajes-cuerpos.
La cosa es que hay algo más. ¡Sí! algo que puede ser la “Idea”. O el amor puede ser incluso una “Verdad” ¡Y eso está más allá de los cuerpos y los lenguajes! Platón, Descartes y Badiou, apuestan por ello. Y cualquiera diría ¿acaso la “Idea” no es lenguaje? Vale. Aunque Platón no estaría de acuerdo. Pero, ¡la Verdad! el amor como lo verdadero, ¿qué es? ¿Cuerpo? ¿Lenguaje?… Quiero irme a otro extremo de los cuerpos y lenguajes, que de algún modo está en el posible debate de concebir el amor como una “idea” en el sentido más fuerte de la tradición, o la verdad, también en el sentido fuerte. Por supuesto, dejo de lado la cuestión de la verdad del positivismo lógico que no es sino mala literatura respecto a este asunto serio del amor.
En el otro extremo, para expresar esta cuestión de lo permanente del amor en la experiencia humana, tenemos la teleología o el más puro azar. La cuestión es si el amor universalmente está destinado para todos, o si por el contrario es sólo una cuestión de azar. Incluso si estuviese destinado para todos, ¿sería el azar el determinante? Esto valdría para cualquier concepción del amor.
La literatura acerca del amor -incluyendo la científica- ha “deconstruido” el amor en sus dos concepciones paradigmáticas: la romántica o la escéptica. O el amor es en última instancia fusión, plenitud y un largo etcétera, o nada de nada, el amor es para cagarse en él -como bien canta Tonino Carotone, quizá el mejor filosofo de esa corriente popular-.
¿Se trataría entonces de intención, voluntad, elecciones no repetitivas -incluyendo mucho psicoanálisis u otras terapéuticas- para no incidir en lo mismo…? ¿O el más radical de los azares, el conjunto de lo aleatorio en su imprevisible combinatoria? Aunque en ambos extremos esta incluida la elección, la apuesta, en la primera algo se puede evitar o preferir, se puede incluso corregir las elecciones por la experiencia adquirida, por el “aprendizaje”. En la segunda opción se trata de algo más radical, incluso las elecciones realizadas, las apuestas, están en el marco del azar, no se sabe lo que se está eligiendo: se trata sólo de consecuencias en las combinaciones entre opciones y apuestas. El movimiento se revela siempre luego, nunca antes. La razón, el juicio, la ávida voluntad interviene permanentemente, en el mejor de los casos, en ambas concepciones, sin embargo, en lo aleatorio radical, en el más puro azar, esa dimensión crítica no tiene peso. En el amor se trata para esperanza o espanto de una pura disposición del azar…
Se pueden jugar tantas partidas como toquen, eso tampoco está previsto de antemano, incluso el no jugar está sujeto a eso aleatorio. El amor siendo una experiencia de cuerpos y lenguajes puede no poder… aunque siga existiendo y siga siendo en nuestros cuerpos y lenguas, por ello y para ello: un esfuerzo más…