He trabajado como maquilladora profesional durante más de quince años. Me he visto inmersa en las altas esferas del mundo de la moda y de las celebrities. Esta profesión me ha dado la oportunidad de estar en contacto con muchísima gente de diferente edad, educación y escala social. En demasiadas ocasiones he sentido el denominador común en todas ellas de una falta de autovaloración, y sobre todo de castigo hacia uno mismo sin ni siquiera ser conscientes de ello.
En mi profesión, la posición de sentarse frente a frente, y la forma en la que tienes que mirar a los ojos y analizar cada milímetro de la piel cuando vas a maquillar, te abre las puertas para bajar rápidamente a una comunicación más íntima. En esa situación privilegiada, he escuchado decir verdaderas atrocidades sobre sí mismas a muchas personas con las que he trabajado; y ahora me doy cuenta de que obviamente también yo he pensado barbaridades de mi misma.
Mujeres con pieles destrozadas por cuestiones hormonales o por su alimentación que en lugar de tomar cartas en el asunto viven en la queja, personas maltratándose con la comida y lamentándose sobre su peso o su salud… En líneas generales el personaje del victimismo, el pobrecito de mí y el del látigo fustigador han sido infatigables compañeros de viaje en estas tertulias entre brochas. Y cuando empiezo a desapegarme y a estar presente desde una escucha más activa, y no desde la participación en el cotilleo o en la autocrítica, comienzo a darme cuenta de que hay un amor bien visto, socialmente admitido y otro que ni se nombra y apenas se deja ver, bien por desconocimiento o por considerarlo egocéntrico.
El amor social, el aceptado, es el supuesto amor hacia los demás, y digo supuesto porque no tengo yo tan claro que sea amor o más bien necesidad de posesión y de pertenencia al grupo. Necesidad de posesión por una falta de autoaceptación, porque necesitamos pertenecer a algo, ya que no nos atrevemos a liderar nuestras propias vidas. Y es que ¿cómo vamos a hacerlo si nadie nos ha enseñado?
Nos da miedo mostrar nuestros propios dones, salir del cubo, ser auténticos. Tenemos miedo a AMARNOS, en la riqueza y en la pobreza (de emociones), en la salud y en la enfermedad (mental), tenemos miedo a reconocernos y valorarnos tal y como somos.
Desde pequeños se nos enseña a compartir, personalmente nunca he entendido muy bien por qué… Esos mismos padres que obligan a prestar tus más preciados juguetes son los mismos que jamás dejarían ninguna de sus pertenencias a un desconocido. Cuando la rabia te invade a esa edad de pequeña estatura, y tu mano verbaliza lo que aún no puedes expresar con tu boca, inmediatamente surge el manido «¿Qué se dice? ¿Qué se dice?».
El amor hacia afuera está muy bien visto, socialmente valorado, aceptado, y es como debe ser. Y a nosotros mismos nos mentimos más que a nadie, nos hablamos peor que a nuestro peor enemigo, nos llenamos de excusas y nos llenan de creencias limitantes con las que comulgamos como versos de la Biblia.
En nuestros primeros años no se nos enseña que lo más importante para crear buenos cimientos en el AMOR con mayúsculas, es el AMOR PROPIO, pero no ese amor propio que habla de orgullo, que también, sino ese amor por nosotros mismos, desde el autoconocimiento.
No pedir perdón porque hay que decirlo, sino entender de dónde salió esa rabia y preguntar a la otra persona cómo se siente, y de ahí nace de forma espontánea el pedir perdón a los demás y el perdón a uno mismo.
El perdón a uno mismo es algo para lo que tampoco nos educaron y llegamos a los 41 años (por ejemplo, yo) y seguimos con heridas abiertas porque nadie nos dijo que equivocarnos con nosotros mismos era válido.
El AMOR a nuestro cuerpo, a nuestro sexo, a nuestros deseos, amor nuestras imperfecciones, amar nuestros dones, nuestros valores y nuestro egoísmo, amar nuestra soledad y a nosotros mismos como la mejor compañía. Amor a lo largo de las diferentes etapas de la vida, amarnos incondicionalmente porque somos con quienes de verdad podemos contar, amar nuestra luz y nuestro lado oscuro… Ese es el verdadero amor, amarnos a nosotros mismo sin pudor y con absoluto respeto, aprender a amarnos en todo nuestro ser para poder amar.
¿A quién quieres amar si ni siquiera has aprendido a amarte? El amor a uno mismo es algo que se debería inculcar desde niños, pero nunca es tarde para aprenderlo y practicarlo.
AMOR puro, sin mentiras, ni enredos, amor sin prisas porque tenemos toda una vida para conocernos aceptarnos y compartirnos…
Trabajemos juntos por un poco más de amor propio, pero AMOR PROPIO del bueno.
Ilustración de Valériane Leblond
http://www.valeriane-leblond.eu/home.html