Artes

Arte y huella del alma en movimiento

Elena Iniesta Gª-Mohedano Observadora vital

«Todos o casi todos distinguen el alma por tres de sus atributos: el movimiento, la sensación y la incorporeidad»
(Aristóteles)

El término movilidad para los guías de turismo como yo es algo bien conocido, aunque mantenemos una relación de amor-odio con este concepto: nos movemos continuamente pero muchas veces, debido a factores externos que se nos escapan de las manos, no podemos desempeñar bien nuestro trabajo: atascos, obras… Así que cuando tenemos un momento de paz y dejamos de preocuparnos por no cumplir los horarios o de si van a abrir el «bus VAO» para poder desempeñar nuestra labor con la mayor presteza posible, pasamos a disfrutar de lo que realmente nos gusta y hacer disfrutar a los turistas que nos acompañan. Eso me pasó hace poco, mientras contemplaba el cuadro «El entierro del señor de Orgaz» (que no conde, como nos empeñamos en llamarle) en la iglesia de Santo Tomé, en Toledo. Mientras dejaba que mi grupo disfrutara unos segundos de esta obra maestra (segundos porque la movilidad para ver la pintura está muy limitada) yo me quedé mirando en la manera en la que el Greco representó el alma del señor: un ser prácticamente incorpóreo, entre tinieblas, pero en el que se puede distinguir la forma de un bebé que, en manos de un ángel, sube al cielo. El paso es muy estrecho, por lo que se le ha llamado «cuello uterino». De modo que el alma sale del cuerpo ya sin vida y vuelve al útero materno (el cielo), en un viaje de retorno con la madre, la Madre, Jesucristo y la Virgen, que en actitud maternal intenta coger el alma, el bebé. Preciosa manera de personificar el alma, como un bebé, un ser que a pesar del envejecimiento del cuerpo, sigue con la inocencia, el cuerpo, la frescura de alguien que acaba de nacer.

El alma. Ya Aristóteles se percató de que alma tenía la cualidad del «perpetuo mobile», de algo que habitaba tan solo temporalmente en nuestro cuerpo, pero que era itinerante. El alma usa nuestro cuerpo como refugio para después habitar en otro sitio. Pero este artículo no versa sobre las reencarnaciones, sino sobre cómo se ha tratado la movilidad del alma en la historia del arte, fiel reflejo de las culturas y de las inquietudes que ha tenido el ser humano a lo largo de siglos y culturas por este tema.

Desde la antigüedad, el alma se ha equiparado con un hálito que sale del cuerpo al morir la parte corpórea, con una llama que es un símil del fuego de la vida que, al apagarse, el hombre muere, o con sombras que vagan en el mundo al no tener habitáculo en el que vivir. Platón teorizó sobre la dualidad del cuerpo y del alma, de la esclavitud del alma respecto al cuerpo, y la necesidad de trascender de esa situación, de liberarse de ella, concepto que aplican las filosofías y religiones orientales. Con el cristianismo se pasa a personificar el alma e incluso a darle entidad propia, representaba el lado espiritual del ser humano. San Agustín rechaza la entidad material y le da un carácter pensante. Por lo tanto, parece que tenemos claro el carácter móvil del alma, tan sólo hace falta darle un aspecto adecuado. Vamos a ver unos cuantos ejemplos de cómo se ha representado esa movilidad a lo largo de la historia del arte.

Una de las primeras representaciones de la movilidad del alma la encontramos en Egipto, en los jeroglíficos. Para los egipcios había distintos tipos de alma, pero el que más se aproxima a la concepción del alma que tenemos en Occidente es el de Ba, la parte que trasciende a la muerte del cuerpo y también lo que le daba personalidad al ser. Ba se representaba como un ave con cabeza de humano que sobrevolaba el cuerpo para reunirse con Ka, que era el principio universal de la vida.

Uno de los ejemplos más interesantes de la representación del alma y su movilidad lo encontramos en un momento fascinante de la historia, la ocupación romana de Egipto, aproximadamente desde el siglo I a.C. en adelante. Un período en el que dos de las culturas más importantes de la antigüedad se mezclan, se alimentan la una a la otra, dando lugar a creaciones tan sugerentes  como son los retratos de El Fayum. Estos retratos cubrían los rostros de los cuerpos que eran momificados para su enterramiento. Artísticamente estos retratos son interesantes porque es la unión entre la pintura griega, la romana y las creencias de Antiguo Egipto. Los egipcios creían en el más allá, por lo que realizaban estos retratos de la manera más fehaciente posible para que en la otra vida la persona fuera reconocida. El alma a través de la mirada para realizar el viaje eterno.

En España, concretamente en la Basílica de San Vicente, en Ávila, nos encontramos un bello ejemplo de «almas que se mueven». En el majestuoso cenotafio románico del siglo XII se representa el martirio de los hermanos Vicente, Sabina y Cristeta. En el siglo IV, cuando estaba prohibido ser cristiano, ellos se negaron a firmar un documento por el que reconocían haber ofrecido sacrificios a los dioses romanos. Los hermanos fueron capturados, torturados y asesinados. En el cenotafio vemos cómo se representa a dos ángeles transportando sus almas al cielo. Una muestra más de cómo el alma era considerada como un ente que habitaba el cuerpo físico, pero que al morir este, se trasladaba.

Curiosa es también la antigua creencia cristiana en el limbo, ese lugar en el que moran las almas de los que murieron antes de ser bautizados, sobre todo niños que mueren al poco de nacer, pero que al no haber sido bautizados no se ven liberados del pecado original.  También se le llamaba limbo al lugar donde fueron los creyentes que murieron antes de la resurrección de Jesús. Una tercera acepción para el limbo es la de ser el lugar hacia donde van los niños víctimas de un aborto, ya que carecen de entendimiento y de cuerpo físico.

En muchas ramas del cristianismo, por ejemplo la ortodoxa, el alma habita el cuerpo del recién nacido a los 40 días del nacimiento, por lo que si el neonato moría antes de ese hecho, el niño no iba al limbo. Esta solución resultó muy eficaz en culturas en las que había mucha mortandad infantil. Asimismo, al morir una persona, se espera 40 días para celebrar el funeral, que es el tiempo que necesita el alma para salir del cuerpo. Según la Iglesia Ortodoxa, las almas esperan al Juicio Final. Este concepto también está presente prácticamente en todas las religiones, ya que a los 40 días de nacer un niño se suele celebrar el bautismo y a los 40 días de morir una persona se celebra otro funeral para rogar por la salvación de su alma. Incluso se hacen ofrendas para “pagar” por ello.

El concepto de purgatorio también es común en distintas ramas del cristianismo; lo reconocen como el estado en el que, después de la muerte, el alma espera a que sus pecados sean perdonados y tal vez, expiados. No podemos olvidar la novela de Dante Alighieri, “La Divina Comedia”, que desarrolla una de las tres partes en las que se divide en el purgatorio.

Aquí, por ejemplo, vemos cómo la Virgen del Carmen está rodeada de ángeles que rescatan a las almas del purgatorio.

Siguiendo con el cristianismo, tenemos una de las creencias más interesantes en San Miguel, ya que, según la doctrina católica, él será el encargado de pesar las almas el Día del Juicio Final, basando su juicio en las obras realizadas en vida. También se le ha asociado la tarea de acompañar a los moribundos a un juicio privado, llevarlos al purgatorio y presentarlos a Dios ante la entrada al cielo. San Miguel como anfitrión de las almas. Esta es la razón por la que en la mayoría de los cementerios cristianos las capillas están dedicadas al él.

Pero no hace falta mirar en las culturas con referente cristiano para ver un ejemplo de cómo se consideraba el alma como un ente aparte que se liberaba al morir el cuerpo físico y que podía trasladarse, moverse, e incluso, cometer actos o llevar consigo los pecados en vida. Los shuar son un grupo que habita en el Amazonas y que desde antaño practica la reducción de cabezas como trofeo de guerra. Este rito es muy importante en su cultura, ya que también se atrapaba el alma del enemigo y así evitar que se pudiera vengar.  Tiñen los labios de negro y los atraviesan con palos para que el alma no pueda salir, para poder controlarla, ser sus dueños. Una vez terminado el proceso de reducción de la cabeza como trofeo del guerrero, comienza el rito, la fiesta. Este proceso puede durar años, pero al final, durante la gran fiesta, el chamán corta el cuello de la cabeza y saca los palos que ayudaban a cerrar los labios para liberar el alma. La cabeza así sólo queda como trofeo de guerra.

Como hemos visto en este breve repaso acerca de cómo a lo largo de la historia del arte (a su vez reflejo de la historia de las culturas, religiones, creencias y pensamientos), siempre se le ha asignado al alma un carácter independiente al del cuerpo físico y un carácter móvil. Resulta fascinante cómo se ha intentado representar esa movilidad y cómo han intentado incluso promover ese movimiento o evitarlo en otros casos. Intentar gobernar algo que parece ingobernable, casi nuestro lado salvaje. Podremos mejorar nuestra movilidad corpórea, pero la del alma puede que sea mejor delegarla al arte y dejar que siga siendo la parte más poética de nuestro ser.

Especial agradecimiento a Tamara Villabrille Vila por iluminarme con su saber y su dulzura.

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Elena Iniesta Gª-Mohedano

Observadora vital

Diplomada en Dirección y Administración de actividades y empresas turísticas, Máster en Dirección Hotelera y Guía Oficial de Turismo de la Junta de Andalucía. Extraterrestre de visita por la Tierra, distraída por el cine. Docente accidental. Articulista hasta que me dejen.