Mi amiga Virginia Woolf decía que una mujer necesita una habitación propia y dinero para escribir. Todos necesitamos un lugar para crear e independencia. La independencia requiere dinero, pero cada vez somos más los que conseguimos un beneficio a través de la vida que hemos inventado, en lugar de “ganarlo con el sudor de nuestra frente”.
A nuestros días siempre les faltará una habitación si renunciamos a la creatividad que tenemos dentro.
Muchos son los libros, los talleres que enlazan el proceso creativo con la técnica.
No me interesa enseñar la técnica.
La técnica está correctamente almacenada en los libros de consulta. Uno siempre puede consultar en internet, buscar un manual, ojear el índice de un libro y dar con su página, si necesita un molde.
Me interesa abrir una puerta para que la creatividad salga y elija su camino, diferente en cada persona.
Dentro de cada uno de nosotros habitan al menos dos personas: creador y crítico. Si me voy a mi terreno, a las letras, debemos escribir con el creador y abrir la puerta al crítico al día siguiente, cuando el texto haya reposado para limpiar, corregir, unificar y moldear. Esta segunda parte es tan importante como la primera y la suma de ambas conforma el proceso creativo.
La técnica es idéntica para todos, la horma para que todos caminemos del mismo modo, y eso impedirá que nuestra voz salga al exterior sin retoques, original.
Si escribes escucharás alguna vez una voz que parecerá extraña pero es la tuya y te define mucho más que cualquier plantilla o etiqueta.
Escucha. Quizá un día la voz te diga a gritos: “Rompe el espejo en mil pedazos y mírate en él. Pierde el miedo, no te agarres a lo que otros hicieron sino al placer de innovar, al placer de hablar con tu cuaderno propio. Pierde toda la suerte en una única caída.
Luego mira tu rostro tatuado por esas grietas. Por esas heridas que desagrada ver, entrará la luz necesaria para iluminar tu texto”.
Escuchar no siempre es fácil si hemos construido un muro entre nuestra creatividad y nosotros. No nos gustará mirarnos en ese espejo roto porque hay algunas leyendas sobre el tema. Hay muchos vicios, refranes, historias aprendidas que son difíciles de derrumbar. Por ello se debería crear sin límites antes de prestar atención a la técnica. Normalmente sucede a la inversa, leemos cómo debemos crear y luego creamos. Y ese “cómo” nos lo ofrecen ya pensado por otros.
En algún momento, cuando de verdad estemos disfrutando escribiendo, pintando, haciendo cine, danzando… querremos con muchas ganas mirarnos en ese espejo que adrede rompimos. Entonces no habrá técnica capaz de encerrarnos de nuevo.
Así sí, comenzando por la libertad habremos alcanzado el momento preciso/precioso para indagar en los libros, en el proceso creativo de gente que admiramos. Estaremos en el instante adecuado para elegir qué queremos leer, qué queremos aprehender y qué no.
Primero la creatividad, luego los manuales.
Al revés se nos muestran los pasos a seguir y no hay un ritmo ni una forma de andar que se acomode a todos. De nuevo aparece la horma del zapato, el freno, el molde y claro, la barrera, una especie de mordaza para que la imaginación tan ruidosa, calle.
Si las cosas no funcionan del derecho, comencemos a darles la vuelta. Escribid hoy el final de un cuento, comenzad el dibujo de vuestra casa por el tejado.
Después no me hagáis mucho caso a mí tampoco.
La originalidad no tiene nada que ver con la locura. La locura es otro cuento y a veces, duele.
Ilustración de Valeriane Leblond