Política y Social

Cruzando fronteras

Elvira Méndez Artista

Esta foto ilustra sin palabras el argumento fronterizo, y todo el razonamiento añadido de la historia que contiene encuentra en ella el reproche de lo absurdo.

Esta hecha en un pueblo llamado Baarle, mitad belga mitad holandés, en el que se dan situaciones tan rocambolescas como que una misma casa tenga las dos nacionalidades, dos números, y las no tan divertidas, como dos impuestos.

El poder de la ley, que traza la organización territorial, y sirve para delimitar un espacio, no tiene nada que ver con la razón, y mucho menos con el sentido común.

Las fronteras son a la vez límites que separan si estas fuera, y límites que incluyen si estás dentro.

Contienen seguridad, leyes, orden, impuestos, cultura popular, lugares comunes en los que reconocerse y que a la vez sirven para diferenciarse de lo que está más allá de la línea estampada.

El ser humano expresa así su identidad, su pertenencia a algo; más sofisticados que los animales que marcan su territorio de influencia con orín, las fronteras surgen de ese deseo de diferenciación, sea por un motivo o una combinación de ellos: sanguíneos, históricos, geográficos, psicológicos, religiosos o puramente económicos.

Creamos  fronteras para poner esa barrera, ese límite que, según y cómo, no es conveniente traspasar, porque puede ser muy peligroso, a veces a riesgo de la vida, que se viste de leyes y se maquilla de papeleo administrativo.

Hay fronteras geográficas que se asaltan en barcos cargados de miedo y esperanza, pilotados por los traficantes de hombres, esa esclavitud que se quiso  erradicar y que se quedó en papel mojado, manchado de tinta que huele ya a cementerio marino. Hay  fronteras que son de arena, desiertos infinitos que atraviesan países en guerra luchando por defender sus principios nacionales, esa idiosincrasia cultural que tanta insensatez genera. Hay fronteras que son líneas rectas, marcas delineadas en un mapa, que no se ven en el paisaje ni distingue el ojo, y otras que son muros de alambre y cemento y se levantan en la tierra como baluartes de idiotez, dolor e ignominia. Y también existen fronteras en el cielo, espacios aéreos que solo conocen los radares y los pájaros ignoran.

Hay lugares que después de ser trazada la línea fronteriza no quiere nadie y quedan dentro de un vacío legal, generalmente atrapados entre dos países, abandonados a su suerte. Alguno hay, como no, en África, un continente, que es, en sí mismo, la frontera más excluyente del planeta.

Las fronteras no solo delimitan un territorio, son generadoras de un estatus, una idiosincrasia creada de forma artificial que no es baladí: haber nacido a unos kilómetros más o menos influye en la regulación del tiempo, el idioma y la manera de pensar, las posibilidades de ser y desarrollarse, de acceder a los bienes de consumo o estar sumido en la más pavorosa pobreza. En definitiva en toda la vida de una persona.

El individuo identificado y adocenado, obedece cual autómata dirigido por una estructura social que deviene en mental, y que le indica como tiene que comportarse por ser de este lado de la raya, y no del otro. Aquí todo está ya dado, hecho, y el discurso se repite más allá de cualquier frontera: “Soy americano, de Kansas eso sí, que es muy, muy diferente a Texas. Nosotros somos mejores”.

Elige cualquier país, cualquier región, estamos sobrados de ejemplos.

Las fronteras que enriquecen a los estados empobrecen al individuo, no solo porque lo convierten en un número, sino porque eliminan cualquier atisbo de libertad al condicionar la acción personal del que pertenece a ellas. Navegamos siempre dentro esas aguas fronterizas, que a su vez están dentro de otras que a su vez están dentro de otras más grandes. Una geometría de círculos concéntricos abriéndose y cerrándose sobre sí mismos al albur del devenir histórico, léase económico, un mecanismo que retiene o expulsa, que se repliega o ataca en nombre de la identidad que se da a sí mismo.

El escritor y reportero polaco Ryzard Kapusinski, a quien el Gran Gabo llamaba El Maestro, dice que ‘El sentido de la vida es cruzar fronteras’.

Todo término lleva en sí su contrario, el concepto del que hablamos, que tantos desatinos abarca, se trasforma y se convierte en la búsqueda de la libertad, la exploración de los propios límites, una especie de transcendencia que no es ambivalente, un impulso hacia delante, fuera de lo meramente material, ya que en no pocas ocasiones, el deseo de alcanzar una vida mejor, aunque sea ficticia, engulle al hombre en el propio mecanismo fronterizo, pues tras él espera la pobreza o la muerte. Las cifras abruman, y los nombres de los muertos están escritos en todos los idiomas. Kapusinski registra la realidad pero señala a su envés.

Las fronteras exteriores son el atroz reflejo de las interiores, la llamada condición humana, un eufemismo de manual que significa que no hemos sido capaces de una evolución más inclusiva con el otro y por lo tanto más enriquecedora y beneficiosa para nosotros como especie.

El término, lleva implícito el de extranjero, y el miedo al otro es la mayor y la más limitante frontera humana, un miedo aprendido, incrustado en el pensamiento como defensa, como necesidad vital de protegerse de un daño que, como esas demarcaciones invisibles no es real, pero se siente como una posible amenaza.

Aldous Huxley decía: “El miedo no sólo expulsa al amor; también a la inteligencia, la bondad, todo pensamiento de belleza y verdad, y solo queda la desesperación muda; y al final, el miedo llega a expulsar del hombre la humanidad misma”.

Todos tenemos dentro nuestro propio espacio Schengen, nuestras reglas impuestas por nuestros padres, nuestra historia, nuestra patria, pensamientos de exclusión según lo grande o pequeño que sea el grado de alienamiento con la idea registrada.

La satisfacción por la pertenencia a un lugar, a un estado, un partido o un club deportivo, si es equilibrado, es saludable y beneficioso, y siempre hay vías de entendimiento con el otro, y/o propuestas como la educación para la ciudadanía en estos espacios donde compartimos nuestra vida. Pero estamos muy lejos de ser plenamente conscientes de las limitaciones internas que hacen ‘frontera’ con los demás.

El ‘Maestro’ de Gabo tiene razón, el sentido de la vida es cruzar las fronteras, avanzar por nuevos territorios para descubrir herramientas de conocimiento que permitan al hombre encontrar más equilibrio y en definitiva más humanidad.

Los límites que marcamos en los mapas son espacios de que hemos robado a nuestro espíritu.

Política y Social

Elvira Méndez

Artista

    Un pensamiento en “Cruzando fronteras

    1. Una reflexión crítica importante;en efecto existen fronteras que expulsan a comunidades en razón del nivel económico,cultural,etc.
      De hecho,creo,cada individuo fabricamos las propias.

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