Psicoanálisis y Filosofía

Devenir mujer más allá del género

José Alberto Raymondi

Simone Weil. Una mujer que ha sido tomada como referencia en las últimas décadas por gran parte del pensamiento feminista de la diferencia, aunque no tematizó la condición femenina, ni le interesó el feminismo en tanto tal. A diferencia de Simone de Beauvoir no hizo de la mujer un objeto de estudio. Su posición ante la existencia y el pensamiento del ser en el mundo no estuvo bajo la significación de la diferencia sexual. Quizá sí bajo su marca ineludible. Sin embargo Simone Weil fue mujer. Una sin igual. Y siéndolo desbordó la noción de género como una construcción socio-cultural de lo femenino. Su cuerpo está tejido en la diferencia; de ahí que su devenir mujer se nos impone. Su obra intensa y profusa en sus apenas 34 años de vida -nació el 03 de febrero de 1909 y murió el 24 de agosto de 1943-  excede la docena de volúmenes en su edición francesa.

Su existencia no transcurrió consagrada a la producción intelectual; aún cuando su singular vida es el itinerario de un diario permanente que acogía su letra viva. Sus Cuadernos y múltiples escritos daban luz a una existencia impregnada de trabajo y  experiencias: políticas, obreras, campesinas, académicas, místicas, literarias, poéticas, militantes…

Su vida es la continuidad de dos registros: lo sagrado y la escritura. Aunque sus principales comentadores designan en ella los registros de lo político y lo místico. Lo cierto es que ella se consagró al otro y a lo Otro, y en esa entrega se constituyó su grandeza. Su vida fue una escritura, y sus textos la letra que le permitió registrar su testimonio. De ahí que opté por ceñir su existencia a la dimensión de: una escritura de la experiencia de lo sagrado. Se trata en su obra de un materialismo de lo intangible.

Simone Weil fue militante, trabajó en la fábrica, se alistó en la resistencia nazi, estuvo en el frente de batalla en la guerra civil española, pero, por sobre todas las cosas, hizo de su experiencia un ejercicio de entrega. Siendo radicalmente materialista encontró en la fuerza de lo divino la raíz del amor y la justicia. “La justicia, compañera de las divinidades del otro mundo, ordena ese exceso de amor. Ningún derecho lo ordenaría. El derecho no tiene vínculo directo con el amor”[1]. En esas palabras encontramos un eco de Antígona. Su posición, más allá de la ley, se sirve de Eros para la conquista de aquello que el derecho remite a la pura y simple reivindicación de un marco normativo.  Siempre insuficiente en sí mismo. Weil, sin embargo, sigue una ley que se encuentra al margen del canon jurídico. Por encima de la moral está la erótica. Sigue otra lectura.

En su breve ensayo sobre La noción de lectura, nos ilumina acerca de su posición respecto al mundo de la vida. Allí, expone con magisterio la fuerza que tiene la lectura. El mundo es lo que se lee en él.

“Creo lo que leo, mis juicios son lo que leo, actúo de acuerdo con lo que leo, ¿cómo iba a actuar de otro modo? Si en un ruido leo un honor que ganar, corro hacia ese ruido; si leo un peligro y nada más, corro lejos de ese ruido. En los dos casos, la necesidad de actuar así, incluso si siento arrepentimiento, se me impone de manera evidente e inmediata, como el ruido, con el ruido; leo en el ruido”[2].

El mundo para Weil está tejido de lenguaje. Ese lenguaje no es unívoco ni siempre tiene sentido. Ella habita en la paradoja de la ley y lo hace a través de su escritura. Su escritura, por ello, es un poema del pensamiento. Y escribiendo -se- hizo un modo de ser. Leerla es dejarse habitar por su ritmo. El mundo y ella se dejan leer: “La guerra, la política, la elocuencia, el arte, la enseñanza, toda acción sobre otro consiste esencialmente en cambiar lo que los otros hombres leen”[3].

Queda en el ámbito de lo insondable la modalidad del pasaje de un estado de lectura a otro. “De un estado al otro no hay transición posible; el paso se hace como por un clic; cada uno de los dos, cuando está, aparece como el único real, el único posible, y el otro parece puramente imaginario. (…) toda nuestra vida está hecha del mismo tejido, de significaciones que se imponen sucesivamente, y cada una de las cuales, cuando aparece y entra en nosotros por los sentidos, reduce todas las ideas que podrían oponerse a ella a estado de fantasmas”. La fuerza de lo real se encuentra en el golpe que produce la materialidad de las palabras: atención y lectura. Lo simbólico para Weil tiene tanta entidad como un golpe en el estomago. El impacto estremecedor de un cuerpo sutil. Aunque parezca intangible, el plano del lenguaje se nos impone como el único real. Su presencia ocurre desde una exterioridad íntima. Todo los sólidos se desvanecen ante ese tejido de extimidad.

Para Simone Weil el acto de pensar se realiza a través de su escritura. Su escritura es acto; su pensamiento transformación; y su política una ética. Ella es transformada por el acto de pensar y nosotros transformados por el acto de leerla. Weil escribe para dar lugar a aquello que es imposible de escribir: la verdad. Por ello su escritura se orienta hacia el vaciamiento. Ella escribe para des-crearse. Se trata de una escritura al servicio de la descreación para que la verdad pueda inscribirse. Transmitirse. De ahí que sea una escritura consagrada a lo que no está en ella previamente. Nunca la verdad se posee. Hay que dejarle lugar para que se pose. Por ello su escritura acontece en el marco de una apertura. En el vaciamiento de lo personal: ausencia de identidad. Sólo así se puede inscribir de forma inmanente la transcendencia.

“El mundo es un texto con variadas significaciones, y se pasa de un significado al otro mediante un trabajo. Un trabajo en el que el cuerpo siempre participa, como cuando aprendemos el alfabeto de una lengua extranjera: ese alfabeto debe ir metiéndose en la mano a fuerza de escribir las letras. Al margen de esto, cualquier cambio en la manera de pensar resulta ilusorio”.[4]

Dada la importancia del trabajo de escritura en Simone Weil, diré, sin incurrir en  clasificaciones, que su cuerpo-de-escritura es trans-gender. Su más allá del género se registra en esa escritura que es capaz de expresar la fuerza de la transcendencia en lo inmanente de su cuerpo. En el cuerpo singular de una mujer que no existe en el género femenino. El género es un modo de lectura. Su inscripción en un cuerpo está orientada por la descreación de la identidad: el propósito es la disolución del yo, de cualquier entidad que se diga persona. Y eso es lo que quiere decir el concepto de descreación, un invento de su lengua. Su escritura trans-género, entonces, es aquella que hace del pensamiento un cuerpo impersonal. Ella escribe en neutro, incluso en negatividad. Siempre más allá del género; siempre desde la inmanencia de su cuerpo. El cuerpo de Weil no es sin el campo de la escritura. En el carácter de lo sagrado desaparece en ella la persona. Es así que, Simone Weil, es el  nombre que se consagra a la fuerza de una lectura por-venir. Siempre vigente, y materialmente radical en su diferencia.


Me encontré con ella, hace algunos años, a través de sus Escritos de Londres. Leí, en primer lugar, su texto sobre La persona y lo sagrado. No puedo ocultar que fue un relámpago que me atravesó. Su escritura se me mostró en su carácter intempestivo, de una fuerza que no he logrado encontrar en otras escrituras en el ámbito del pensamiento filosófico. Su decir desborda cualquier género. Y, sin embargo, no puedo dejar de percibir su carácter singularmente femenino aunque esto para algunas teóricas no exista, ni para mí, ni para la propia Simone Weil. La facticidad de su cuerpo-pensamiento se encuentra investido de su sensibilidad. Abierta a lo absoluto. Y en esa diferencia consigo misma tiene lugar el acontecimiento de su existencia.

Que sirva este brevísimo texto como un pequeño homenaje. Una vez más. Para finalizar, quiero retomar unas líneas que escribí sobre Simone Weil para otra ocasión, en otro contexto: su vida fue como la de un meteoro, de esos que sólo pasan una vez; y,  su avistamiento un acontecimiento que aún no logra todo su alcance. Su obra ha sido decisiva en la escena filosófica del siglo XX, sin embargo, el reconocimiento que ha alcanzado hasta ahora esta lejos aún de honrar lo que su obra expresa.


[1] Escritos de Londres y últimas cartas, Trotta, Madrid. 2000. p.p 17-40

[2] Weill, S. La noción de lectura. Texto recogido en la revista: Ápeiron. Estudio de filosofía, número 5. Octubre de 2016. P. 148.

[3] Ibid., p. 149

[4] Weill, S., Cuadernos, (trad., comentarios y notas de C. Ortega) Ed. Trotta, Madrid, 2001. Pág. 156

Psicoanálisis y Filosofía

José Alberto Raymondi

Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en Psicología Clínica. Habilitado como psicólogo sanitario por la Comunidad de Madrid y miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Co-fundador del Centro de Psicología y Psicoanálisis: Sabere Clínica.

Compilador (con otros) del libro: Elecciones del sexo. De la norma a la invención. Ed. Gredos. Autor de varios artículos y textos publicados en diversas revistas y libros.

Coordina desde hace años un Seminario de lectura de textos de Lacan en la Universidad Complutense de Madrid.

Participa en diversos espacios de discusión sobre  actualidad y pensamiento contemporáneo. Ejerce su consulta privada en Madrid.