Artes

El Centro, entre lo imaginario y la realidad

Ana Margarita González García Psicoanalista

¡Qué mundo este! Todo él se basa en el engaño, en la deshumanización y en la clasificación. Casi toda la planta baja del Centro está dedicada a esto último, con sus enormes ficheros, su selección de personal, sus números inventariados año tras año, semana tras semana, en un trabajo perpetuo regido por la repetición y el eco.”  (p.89).

La novela El Centro de María José Palma Borrego presenta una sociedad ficticia centrada en la violencia ejercida por el Poder, representado por el personaje principal de El Supervisor. Regido por este personaje, el texto presenta un mundo en donde se ejerce un riguroso control, que sirve para garantizar a una sociedad organizada que puede derivar a un mundo totalitario, pues reprime al individuo y cercena sus libertades.

En dicha novela, se señala un espacio imaginario, un lugar indeseable en sí mismo, una profecía del fin del mundo o al menos de este mundo, con tintes de ciencia ficción y novela negra, tanto por lo que representa su funcionamiento interno, El Centro es un panóptico, un mundo de concentración, un centro de alta seguridad, regido por la palabra “schnell” -de prisa- la misma que los SS utilizaban a la llegada de los prisoneros/as a los campos de concentración nazi, como por las modalidades de relación interpersonal que allí se dan. Estas últimas vienen dadas por el mandato del Supervisor de ejercer la violencia en todas sus manifestaciones. Una violencia jerarquizada, intergeneracional y genérica en donde el deseo, el cuerpo sexuado y la marca de la diferencia sexual son los ejes centrales. Las violencias ejercidas por todos los personajes es el punto central de la vida en El Centro.

La diversidad que se da en cualquier lugar, también ha de ser sacrificada allí, en aras a un pensamiento único del orden de lo que lo sagrado tiene de más perverso. Triunfo de la asimilación de los grupos, de la anulación de toda posible diferencia y convertidos en mayoría abyecta, al grupo dominante que se manifiestan por organismos burocráticos, que empiezan a resquebrajarse bajo la presión del personaje de La Esfinge, elemento de contracultura y contra Poder.

Allí, en El Centro, no existen héroes, ni hombres ni mujeres, sino personajes en su cotidianidad, que ejercen su mucho o poco poder entre ellos y ellas, horizontal y verticalmente, pero sobre todo embrutecidos y sin posibilidad de crítica social. Son seres deshumanizados sometidos al Poder del Supervisor, en donde sus desengaños, sus impotencias y sus alienaciones se entroncan con, o son consecuencia de la negatividad y del pesimismo “ilustrado” de la sociedad actual. La misma que produce el desarrollo tecnológico y sus violencias y cuya metáfora espacial, aparece en la narración bajo el epígrafe de “Taller de tecnología”.

Lo que rige la vida del Centro son administraciones y ordenadores, muchos ordenadores, cuyo dominio, totalmente despersonalizado, puede llegar a convertirse en una amenaza mayor para la libertad y para el grado mínimo de civilidad necesario en miras a una convivencia, que las grandes y espantosas arbitrariedades que allí se dan, imposibilitan que se produzca.

Es en el control de las relaciones humanas, falsamente humanas, de los personajes, de la programación de la vida y de los sentimientos, lo que le da una fuerte impronta de distopía a la novela, mientras que la presencia de un personaje ambivalente, la Esfinge, que aparece en el margen superior derecho de la pantalla del ordenador de otro de los personajes fundamentales con respecto al ejercicio de la violencia, especialmente contra las mujeres, el rano, se sitúa entre lo imaginario y la realidad. Una realidad nueva que puede configurarse de otra manera con la aparición de la Esfinge y con la funcionaria de la caracola entre otros personajes.

La Esfinge, híbrido sexual como lo es el texto en cuanto a los géneros literarios, con sus paseos y sus estancias en la Biblioteca, lugar que paradójicamente está vacío, marca y evoca los márgenes utópicos, de emancipación y liberación en El Centro a través de la Cultura, presentados en la parte final de la narración, contrarrestando la visión distópica de la novela.

El Centro es una narración que muestra del profundo malestar que siguió a las utopías desde los años 70 del pasado siglo hasta el 15M, y nos señala en su clave negativa, los efectos de la deshumanización que establece el capitalismo global tecnológico.

Por otra parte, la utopía política que aparece en El Centro consiste en primer lugar, en analizar como el Poder actúa y en segundo lugar, en abrir, a partir de los márgenes, que no de la marginalidad, una dimensión universal, en donde se superen las políticas identitarias. Es en la excepción que representan los márgenes, los confines, desde donde se puede entender el mundo ordinario, sus significaciones, sus discursos elaborados por El Supervisor en el “Laboratorio de Lengua” y, sobre todo, el ejercicio de las violencias sexuales actuales, ejercidas, una vez más, especialmente contra las mujeres.

En este sentido, la novela aparece también como un ejercicio de deconstrucción de los géneros literarios que encorsetan el relato, mezclando la narración novelística propiamente dicha, con contenidos de carácter filosófico y de ciencia ficción o novela negra.

El Centro tematiza la supervivencia, la metamorfosis y las catástrofes que se producen en el mundo de hoy, esforzándose por inventar un mundo alternativo a la distopía que presenta éste, en donde el Otro no esté subordinado a lo Mismo-Supervisor, que establece el orden y la jerarquía del discurso y de los modelos culturales que hombres y mujeres deben seguir.

Es la Esfinge quien encarna el ideal de la autora: un mundo en donde queden abolidas las violencias y la pasividad y en donde el recorrido de los personajes, sus roles y modelos son del orden de la Polis y, por lo tanto, desde lo social, se puede tener alguna posibilidad de cambio. De salida de ellos. De liberación.

Sería imposible vivir en el mundo distópico que relata El Centro, sin dejar ninguna opción para la vida, aunque la vida, ya sabemos, siempre está mediatizada por la muerte, como conjunto de sujetos deseantes que somos frente al “sujeto robot”, cuyo deseo sólo está encaminado al consumo, de cosas, de hombres y especialmente de mujeres. La inversión necesaria al par conceptual que propone el texto: muerte/vida: Toda esta gente está triste, muy triste, y embadurnada de un polvo blanco muy difícil de quitar…Entre ellas hay mucho mutismo y poco silencio. Se llaman unos a otros, se interpelan constantemente, pero nadie escucha, por eso la gente camina por los pasillos, sube y baja escaleras, abre y cierra puertas y entra y sale con la apariencia de tener prisa, mucha prisa, de estar muy ocupada, de tener siempre algo entre manos. Nadie en ningún lugar ni en ningún momento tiene previsto un espacio para la reflexión.” (p. 13); es justamente el par que incluye la noción del inefable proceso, del paso durativo, de la vida a la muerte, es decir, la vida mediatizada por la muerte, y en este caso el orden de las palabras si altera el “producto”.

El Centro constituye un territorio cerrado, que representa una realidad actual de consumismo, de aislamiento de las personas y de comunicación casi exclusivamente con las máquinas o a través de ellas, lo que se puede resumir en la frase siguiente: el control social como cimiento del autoritarismo. Hoy día si queremos verlo, se puede hacer sin demasiados problemas.

Así mismo, la novela presenta una sociabilidad y una privacidad marcada exclusivamente por las relaciones de Poder, en las que se producen intercambios que se traducen en prebendas, que el Supervisor, personaje central que rige la vida de El Centro, otorga a algunos o a algunas, para que las jerarquías y el Poder se mantengan indefinidamente.

María José Palma Borrego en las páginas de El Centro, arraiga con la tradición de una literatura sin inocencia, que es a la vez que narración, reflexión. El texto, lejos de cualquier tentación de autismo, quiere ser el espejo y la voz a través de los cuales se puede mirar el mundo de los demás y el propio, en un dialogo fructífero entre lo de adentro y lo de afuera, que deja su impronta en la Polis frente a los innumerables tiranos del pasado, que se están haciendo ahora cada vez más presentes.

El texto muestra, frente a la demanda ética, perpetuamente a la espera, la necesidad de un orden ético cuyo silencio hoy en día es más ensordecedor que nunca con sus repercusiones políticas, señalando lo que hay de verdad en el engaño aparente y lo que late bajo el caparazón de todos los centros: una búsqueda tozuda por la libertad, que muestra un lúcido pesimismo en la autora, que pone en marcha la voluntad de escribir. Y como dice el texto: “Desde la entrada se percibe que en el interior de El Centro hay violencia” ¿no nos recuerda esto nuestra realidad cotidiana, ya sea en el trabajo, con las amistades, con los amantes, con los hijos e hijos o entre países? La violencia regidora del mundo, de nuestro mundo.”

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Ana Margarita González García

Psicoanalista

Nace en Oviedo. Durante 36 años responsable del Servicio del Ayuntamiento de Alcobendas (Madrid) de Atención Psicológica. Pertenece a la Asociación para la Investigación de los Conflictos Contemporáneos (AICC) desde su fundación en 2011.