Psicoanálisis y Filosofía

El desahucio del amor

Miren Murgoitio Rodríguez Psicoterapeuta

Es un hecho probado, las parejas se separan, los matrimonios fracasan, la duración de los vínculos se acorta. Hay una creciente tendencia a que los lazos amorosos sean efímeros, intensos y pasionales pero faltos de intimidad e interés recíproco profundo. Las relaciones entre hombres y mujeres, se caracterizan hoy más que nunca por ser esporádicas, fugaces y superficiales. A menudo, se consumen y consuman en el momento, y pueden cambiar rápidamente de objeto en una suerte de “duelo instantáneo” o zapping emocional.

Como señala Bauman, es frecuente que las parejas se sostengan en una débil ligazón. Una relación de pareja que se establece por lo que cada persona puede obtener y que es continuada sólo mientras ambas partes crea que produce satisfacción suficiente para que cada individuo permanezca en ella.

¿Quedaron atrás los tiempos de luto por el difunto marido, la profunda tristeza tras la ruptura, la apatía y ausencia de deseo tras el desamor? ¿Hay un temor al compromiso que se materializa en la fragilidad de los vínculos? ¿Ha dejado el amor de presentarse como un ideal?

La perturbación amorosa nos acompaña en tanto en cuanto somos seres del lenguaje, el sujeto sufre de la ausencia de armonía y proporcionalidad que hay entre los sexos. Recorre la vida buscando aquel objeto que pueda completarlo, sin saber que jamás dará con esa primera satisfacción que ya está perdida pues el goce con el objeto primordial está perdido de entrada. A través de las diferentes etapas por las que atraviesa el sujeto en su constitución como sujeto del inconsciente, irá forjando una manera de gozar particular y una posición sexual femenina o masculina que atravesará esa forma de goce. Una forma de goce que difiere entre el hombre y la mujer. Las vicisitudes que atraviesan al sujeto parlante y que configuran un inconsciente singular darán lugar a un fantasma original y particular, no compartible y que atravesará la sexualidad y el amor funcionando como un cortocircuito. De esta forma, queda expuesto que la sexualidad no es algo que viene de fábrica, sino toda una construcción subjetiva que el parlante realiza a través de distintas fases en la relación con los objetos primordiales. El malestar que genera el encuentro con el otro, que siempre desiste y falla, se ve redoblado por el discurso predominante que empuja a la fragmentación de los lazos sociales y a la autorrealización como ideal e imperativo.

Si las relaciones sexuales y amorosas se tornan complicadas por la propia estructuración psíquica de la persona, el contexto en el que se deslizan, la sociedad capitalista y tecnológica, complica aún más la creación de estos vínculos. Un discurso que ensalza el narcisismo y que tapona la falta ontológica humana, difícilmente puede favorecer la creación de vínculos amorosos, porque éstos se inician bajo la asunción de una falta, de la necesidad de un otro que no sea un gadget.

El discurso capitalista genera un rechazo a la castración que deriva en la paulatina desubjetivización del sujeto y en la creciente fragmentación de los lazos sociales. Efectúa un rechazo de la castración al tiempo que brinda la ilusión narcisista de que todo es posible; la perfección y la satisfacción completa pueden ser alcanzadas y el consumo de gadgets e imágenes se tornan el medio predilecto. De esta forma, el sujeto contemporáneo aloja un vacío que el consumo de objetos promete llenar. La inconsistencia de la función paterna, expresada en la falta de límites y referencias simbólicas estables, deja al sujeto a merced de la angustia, de lo Real de su cuerpo. Actualmente son los objetos de consumo los que dirigen la vida de los sujetos. Han reemplazado a los ideales que, en la civilización que Freud conoció, ordenaban la existencia de los individuos.

El auge narcisista junto con la aspiración al goce, le llevan al sujeto hipermoderno muy lejos de los vínculos humanos, de la relación con el otro, del amor y el deseo.

La supuesta liberación sexual actual tiende a imponer formatos sexuales y modelos de placer “para todos”. Como expone Marugán, se omite que el enigma del sexo es subjetivo y particular y cada uno tendrá que buscar sus propias respuestas (2012). Así, estamos obligados a disfrutar, a tener sexo, mucho sexo, a gozar de todo lo que queramos y de la forma en que nos convenga, de ser felices y bajo ningún concepto estar tristes.

Al mismo tiempo se escucha y se palpa una persistente queja sobre los vínculos y las relaciones entre los sexos que parece aumentar ante el intento de reducir lo sexual a lo genital. Arrojados por la sociedad a un goce autoerótico y narcisista, desligado del lazo social, el otro es en la medida que es útil para la satisfacción. De esta forma, se forjan relaciones de usar y tirar y emerge una gran industria de aplicaciones informáticas dedicadas a la intermediación de las mismas.

El sujeto neoliberalista se propone enamorarse sin caer enamorado, enamorarse sin correr riesgos. Las páginas de encuentro de pareja no hacen más que insistir, a través de sus eslóganes, que eso es posible pero la experiencia da cuenta de que no hay amor sin riesgos como no hay guerra sin muertos. Badiou (2011) habla de dos amenazas a las que se ve expuesto el amor en la sociedad postmoderna: la seguridad y la banalización. Como señala Bauman (2015) existe el afán de programar las relaciones y borrar el carácter del encuentro. El amor ya no es dejado al azar en el momento en que se presta a un intento de ser calculado, medido y negociado. Es el empuje del neoliberalismo a que todo se haga transparente (Chul Han, B., 2015), pues sólo lo transparente es a su juicio, confiable y seguro.

Atornillado a sus blogs, sms, pantallas, redes… el sujeto se propone negociar el programa, el programa del encuentro con el semejante. Un programa que se negocia en un lugar inexistente: en el mundo virtual. Es la relación virtual lo que está privilegiada.

Badoo, Tinder, Pof, Meetic, eDarling entre otros se proponen como lugares donde encontrar un semejante con el que compartir un encuentro sexual o una experiencia amorosa. “Encontrar el amor por Internet es posible” declara eDarling que añade “A través de nuestro Test de Compatibilidad podrá elegir sus preferencias y antipatías, para que a la hora de sugerirle parejas, sean las más afines a usted. EDarling se preocupa por que usted encuentre realmente el amor para siempre”. Estas páginas que se proponen como lanzaderas de experiencias sexuales y amorosas, parecen entender el malentendido estructural de los sexos como una incompatibilidad de gustos y afinidades. Así, las dificultades para hacer pareja se circunscriben a las diferencias en afinidades, gustos, compatibilidades personales, obviando que hay un malentendido estructural entre los sexos que no puede ser salvado por “compatibilidades y semejanzas”.

Ponen de relieve uno de los síntomas característicos de los vínculos amorosos contemporáneos; la neutralización de la alteridad del sexo (Soler, C. 2008), el afán por la semejanza y la expulsión de las diferencias.

Se trata de evitar el encuentro con la diferencia, que siempre remite a la falta propia y que se experimenta en la relaciones de cuerpo a cuerpo. Uno se encauza en una relación amorosa con la esperanza de mitigar la soledad, de que sea acompañado en la falta en ser, ese sería el amor desde el deseo, pero parece que asistimos a una creciente tendencia a buscar sujetos que nos colmen, es decir, objetos (en el sentido mercantil) que colmen las necesidades narcisistas propias.

Estas páginas, astutas, se nutren de la desolación de los sujetos y de su temor a embaucarse en una relación real en la que no están protegidos del dolor, del abandono, del rechazo, de la desarmonía. En esta línea, Bauman señala cómo (2015) el sujeto se encuentra perdido en este mundo líquido. En medio de una profusión de semblantes, de demasiados modelos de amor, que se organizan bajo la égida de la preferencia por el bienestar y la seguridad propia (Badiou, A. 2011). Un mundo que arroja al sujeto a un goce solitario, irrefrenable, al individualismo como ideal, al éxito a través de la antisublimación. Un mundo en el que se recomienda, y sin duda lo hacen los exitosos libros de autoayuda “más amor propio, seguridad y cuidado de uno mismo. Se sugiere que presten más atención a su capacidad interior para el goce y el placer, así como menos “dependencia” de los otros, menos atención a las exigencias de los otros, y mayor distancia y frialdad a la hora de calcular pérdidas y ganancias” (Bauman, Z. 2015, p. 83). Los sujetos siguen el consejo al pie de la letra y se preguntan con mayor frecuencia “¿me sirve de algo? ¿Qué me aporta?”, y exigen con una mayor determinación que sus parejas les “den espacio”, que se mantengan a distancia y que no esperen ingenuamente que los compromisos alguna vez contraídos tengan valor a perpetuidad. Se deduce que una de las grandes consecuencias es el pavor que presentan, tanto varones como mujeres, a comprometerse verdadera y profundamente en una relación. Lo padecemos, lo palpamos, lo observamos en nuestros hermanos, amigos, vecinos, colegas, compañeros de trabajo, en las vidas ajenas, en las propias e incluso en las imaginadas por el cine. Asistimos a un temor al compromiso que deja de pertenecer exclusivamente al hombre para abarcar también el género femenino.

¿Qué es lo temido? Uno se enzarza en una relación amorosa con la esperanza de mitigar su soledad, pero la propia relación despierta inseguridades: confrontan al sujeto con la diferencia sexual, con su falta y la necesidad de sostener el deseo, con la ausencia de armonía con el otro; con el Otro, la gran incógnita de la ecuación y con la incertidumbre sobre la viabilidad de la relación.

El “zapping amoroso”  (Sánchez, E. y Oviedo, L., 2005) se presenta como una vía de escape al temor que despierta la alteridad. Esta forma de encuentro con el otro que habla de la imposibilidad de profundizar en algo, de sostener el deseo y de la dificultad para la elaboración de duelos, encuentra su fundamento en esa mentira de nuestro tiempo que confirma la equivalencia entre lo nuevo y la felicidad (Recalcati, M.2015). Esta mentira constriñe a vivir en una frenética búsqueda de lo nuevo con el falso presupuesto de que en lo nuevo uno hallará la plena realización de sí mismo. En el mundo de hoy existe la convicción, difundida, de que cada uno persigue su propio interés, su independencia y el deseo se orienta por lo que uno aún no posee: el nuevo objeto, la nueva pareja, la nueva sensación. De esta forma, el amor está condenado a la obsolescencia.

La proliferación de divorcios y separaciones confirma esta verdad. El cinismo materialista del hedonismo encuentra apoyo en las investigaciones de la ciencia: el enamoramiento, que queda explicado por un incremento de dopamina, está destinado a padecer en pocos meses.

Decir que el amor es una variante del generalizado hedonismo, una forma de disfrute más es restarle importancia. Pues el amor es una experiencia auténtica y profunda de la alteridad, del Dos. La facilidad con que los objetos amorosos son sustituidos es una forma de expresar esa renegación del acontecimiento amoroso.

Invertir sentimientos profundos en una relación y jurar fidelidad implica correr un enorme riesgo: convertirse en alguien dependiente del otro (Bauman, Z. 2015) y la dependencia ha cobrado un matiz peyorativo en el último tiempo. Esta es, como señala Gault (2014), la segunda mentira en la que se sustenta esta época, que pretende al hombre libre e independiente, autónomo, completo. Esta mentira narcisista promueve el culto individualista por la propia imagen y fundamenta el fantasma de la libertad y la autogeneración; “el ideal de construirse un nombre uno mismo, sin pasar por el Otro” (Recalcati, M. 2015, p.28). Pero resulta que el sujeto humano es dependiente, dependiente del otro, de Otro con mayúscula que le da consistencia, que aporta cierta solidez a la identidad agujereada.

En otras ocasiones, esos encuentros iniciales terminan por formalizar una pareja, pero la pareja actual no suele encajar en los modelos de pareja establecidos en otras épocas: el del matrimonio monogámico. El amor que se sostenía en el modelo del matrimonio monogámico ha dado paso a una diversificación de modelos de pareja: abiertas, no declaradas, efímeras, etcétera. Asistimos a una proliferación de semblantes y en cuestiones de amor a una variedad infinita de modelos de amor, a demasiados modelos de amor como apunta Soler, C. (2008) y por tanto, a un amor sin modelos. El amor ya no se rige tanto por un modelo de fidelidad eterna “hasta que la muerte nos separe”, sino que puede regirse por una multiplicidad de modelos: se habla del amor efímero, de los amores virtuales (véase la película Her), de los amores a distancia, entre otros muchos. Quizá todos estos modelos de amor tengan en común la caída de las figuras del Otro, modelos que hacen investir menos al Otro a favor de los adornos del Uno. Así, los amores parecen estar más del lado de la vertiente narcisista de la que habló Freud, en la que el sujeto intenta encontrar en el otro un reflejo de sí mismo.

El siglo XXI se antoja algo desesperanzador en la apertura al amor, en cuestión de uniones humanas, en el forjamiento y mantenimiento de una pareja, y en lo que concierne a la elaboración del duelo por lo que se perdió. La sexualidad, cada vez más desafectivizada, encuentra dificultades para hacer pareja y las parejas se mantienen en la cuerda floja, entre el bienestar y la seguridad, oponiéndose a permanecer en una relación en la que pueda tener lugar el sufrimiento y la angustia. Abundan los encuentros ocasionales, efímeros, pasajeros y fácilmente olvidables como un modo de indiferencia hacia el encuentro. La fragilidad de los vínculos no se debe tanto a una debilidad de los vínculos expresados en un aumento de separaciones y divorcios, se trata más bien de la banalización del encuentro, de la banalización del amor (Badiou, A. 2011).

Se colige que nadie queda impasible ante esta fragilidad vincular, ante el desahucio del amor y el sometimiento al imperativo de goce del mercado. El malestar se traduce en síntomas que atañen a la sexualidad como las inhibiciones sexuales y en un sentimiento de soledad y taciturnidad que alcanza su expresión máxima en la asfixia del deseo, en la incapacidad para caer enamorados.

La expulsión del amor que efectúa el discurso capitalista trae consigo importantes consecuencias, el amor no sólo es trascendental en tanto suple la no proporción sexual y mitiga la soledad ontológica del ser humano, sino que es importante porque el amor humaniza la pulsión, sirve como freno a la exigencia pulsional, renuncia necesaria para vivir en sociedad.

¿Qué consecuencias tendría la incapacidad de amar? Las consecuencias no se circunscriben solo a la pareja, el amor en la amistad, el amor por el otro, el amor a la naturaleza y el amor por la cultura también están siendo afectadas. Así, asistimos a un gran malestar contemporáneo del amor.

 


REFERENCIAS

Badiou, A. (2011): Elogio del amor. Madrid: Editorial Flammarion.

Bauman, Z. (2015): Amor líquido: acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. Madrid: Fondo de Cultura Económica de España.

Chul Han, B. (2015): La sociedad de la Transparencia. Barcelona: Herder Editorial.

Gault, J.L (2014, 21 de marzo). La sociedad hipermoderna y los síntomas contemporáneos. Trabajo presentado en Ciclo de conferencias y debates sobre psicoanálisis: «La política del síntoma en tiempos de crisis”, Granada.

Marugán, J. (2012): La Posición sexual y sus Síntomas en la Era de la Globalización. Clínica Contemporánea Vol. 3 (nº 2), 135-145.

Recalcati, M. (2015): Ya no es como antes. Elogio del perdón en la vida amorosa. Barcelona: Editorial Anagrama.

Sánchez, E. y Oviedo, L. (2005): Amor.com: vínculos de pareja por Internet. Revista Intercontinental de Psicología y Educación, Vol. 7, núm.2, págs. 43-56.

Soler, C. (2008): La maldición sobre el sexo. Buenos Aires: Manantial.

 

Psicoanálisis y Filosofía

Fotografía de Daniel Comeche

www.danielcomeche.es

Miren Murgoitio Rodríguez

Psicoterapeuta

Psicóloga en formación psicoanalítica. Trabaja en la Fundación Manantial en atención a la salud mental y en consulta privada.