¿Qué sentido tiene la monogamia? ¿Puede uno enamorarse de una persona con la que tenga mal sexo? O por el contrario ¿Puede una relación de pareja sustentarse solo en el buen sexo? Y todo esto ¿Qué tiene que ver con el Amor?
Sentemos las bases:
El Sexo: Somos seres sexuados desde que nacemos hasta que morimos. A efectos del artículo, sexo comprende todas las dimensiones de la sexualidad (biológica, psicológica, ética y sociocultural). Sexo como acto, identidad y género, aquí no vamos a desligarlo.
El amor: Un concepto complejo y susceptible de ser interpretado y deconstruido de manera diferente a lo largo de la evolución humana. Se podría entender como un sentimiento de afinidad y afecto. Nos adentraremos en el Amor Romántico, el Amor de Pareja y el Amor Propio.
La Monogamia: Norma social consistente en la exclusividad sexual y/o afectiva de una pareja, basada en el paradigma del amor romántico que garantiza básicamente atención a la prole, ampliación del poder político y económico de las familias, prevención del incesto y cohabitación a largo plazo.
Podría ser hora de romper la concepción de este triángulo de palabras, complementarias u opuestas, aparentemente relacionadas y, según bajo qué punto de vista, indivisibles.
El sexo lo es todo. Nacemos de sexo y nuestra vida está marcada por él: cada paso, cada decisión, nuestra identidad y nuestro ser, tienen su base en la sexualidad y en la manera que nos relacionamos con ella. Según el Tao, es la vía para hacer circular la energía vital, pero no solo en el lejano oriente podemos ver alusiones al origen de la vida en el sexo, todas las culturas, de una u otra manera, dotan al sexo del poder de la creación, por lo que el significado real de éste se expresa en las creencias y los valores de las civilizaciones.
Pero el sexo, visto solamente desde la perspectiva del goce, despojándolo de cualquier prejuicio cultural que genere vergüenza o culpa y de una visión netamente reproductiva, es también una parte inherente al ser humano. Desde las antiguas escrituras preislámicas, las enseñanzas vivenciales africanas, los míticos textos hindúes, pasando por la antigua Roma, el sexo en los seres humanos otorga la condición de sujetos complejos y completos capaces de interactuar con otros de su especie para dar y recibir placer.
Actualmente occidente vive una época posmoderna, en la que el sexo está influido por las nuevas tecnologías y la globalización, estamos asistiendo a la ruptura del género dominante (gracias al avance del feminismo) y vivimos en una edad donde además, el sexo obtiene el estatus de revolución moral, desdibujando las fronteras con las llamadas antiguamente desviaciones. Hablar de sexo está mas de moda que nunca.
Sexo sin amor y/o amor sin sexo, ese ha sido el debate, hasta ahora.
El amor como energía universal que mueve al mundo, el amor como nexo entre personas, como sentimiento infinito e indescriptible, el amor romántico que convenientemente tiene como protagonistas una doncella necesitada de protección y un príncipe valiente que la salvará de todos los males.
¡Cuántas historias y leyendas nos han dado el amor!… y nos sigue dando, pues no es un tema obsoleto. ¿Qué sería de la literatura, el cine o la música sin él?
Por muchos siglos, la influencia de la religión y de la cultura heteropatriarcal ha reducido el sexo a la función práctica, se ha minimizado su poder y se le ha otorgado un segundo puesto en la escala de valores y/o necesidades de los adultos sociales y productivos. Dejando al amor como objetivo irrefutable y aval inequívoco de éxito en las relaciones entre personas funcionalmente integradas en la sociedad, garantizando así la continuidad de la estructura.
La entrada de nuestra parte del mundo al posmodernismo ha hecho que de una u otra manera nos cuestionemos la ponderación de ambas nociones. El amor romántico ha sido y es una herramienta de control muy efectiva[1], pero parece que cada vez más, somos libres de terminar una relación que aun siendo armoniosa y prometedora no satisface nuestras exigencias sexuales, y también podemos entender que hay relaciones en las que el buen sexo ejerce de nexo, aunque el resto de los componentes, como el amor, no sean necesariamente plenos. Y ambas decisiones deberían asumirse sin temor a creernos fracasados, consientes de que no son un precepto indivisible.
Aunque en la actualidad, inevitablemente se tiende a separar este binomio, para disfrutar del sexo es imprescindible el amor, no, no me he vuelto moralista, me refiero al amor propio, a la aceptación y el conocimiento del cuerpo. Amarse a uno mismo es importante, amar cada pliegue de la piel que habitamos, conocer lo que nos gusta y reconocer lo que no. El amor es poder, el poder de anteponer las necesidades propias (o subyugarlas a voluntad para complacer) poder desear sin culpa ni miedo, independientemente de tu edad, tu género o tu identidad. Es respeto hacia nuestros sentimientos y emociones.
El sexo entendido como acto en el que se recibe y/o se da placer no puede ser satisfactorio ni plenamente funcional si no hay respeto, empoderamiento y estima por el propio cuerpo. El amor sirve para eso, todo lo demás son cuentos de hadas con finales infelices.
Pero esto no encaja con el concepto de pareja (ese concepto en el que se sustenta la sociedad hegemónca que conocemos). El pleonasmo “pareja de dos”, tan común en el lenguaje coloquial, parece ser una reafirmación de la importancia del numero máximo de personas que deberían estar juntas.
Sobre el amor de pareja como objetivo, hay una teoría con la que podría explayarme: es la del psicólogo estadounidense Robert Sternberg en la que el amor es un triángulo que se basa en tres pilares: la intimidad, la pasión y el compromiso. Según él, las parejas deberían apoyarse en esas tres patas para perdurar. No es que me divierta el argumento, son las profundas raíces que subyacen al estudio del amor, lo que me hace reflexionar acerca de lo muy controlados que estamos con esto de ser felices en pareja -“pareja de dos”-.
La estructura política nos ha hecho debilitarnos, haciéndonos creer que somos seres incompletos y que necesitamos consumir para poder alcanzar un objetivo estético, marcado por cánones netamente comerciales que minan nuestra propia estima, de esa manera nos ha quitado la capacidad de disfrutar plenamente del sexo y ha conseguido conceder poder absoluto al amor de pareja, en ocasiones por encima del amor propio. Nos ha negado la posibilidad de ser felices y disfrutar con más de una persona y nos ha convertido en adultos potencialmente infractores de la norma monogámica, con la consecuente culpa.
Para la mayoría de la gente, las infidelidades son el resultado de alguna insatisfacción que ha sido satisfecha por un tercero o la consecuencia de algún problema de pareja. Pero en muchos casos no se trata de eso, el origen de la infidelidad es que no es natural ser fiel a una sola persona. No somos monógamos. La naturaleza nos da señales claras de que no estamos preparados para unirnos vitalmente a una sola pareja. Dicho de otra manera: por mucho que nos guste la pizza, si la comemos cada día, tarde o temprano acabaremos aborreciéndola. La pareja tal como la conocemos no es viable a largo plazo.
Si desde pequeños entendemos que, como animales que somos, nuestra especie no está preparada para vivir y tener sexo con una misma y única persona toda la vida adulta, cambiáramos el modelo de familia, cambiaría la sociedad, evitaríamos rupturas y seríamos más tolerantes. Nos ahorraríamos más de una frustración y ,seguramente, muchos cargos de conciencia.
Ahora que he dicho esto, probablemente alguien estará pensando que la monogamia es necesaria para generar y mantener una prole, eso también lo tenemos asumido gracias a esta estructura social caduca en la que vivimos. En el caso de la procreación, no es lo mismo un niño criado por padre, madre o ambos, que por un grupo de adultos que comparten responsabilidades y tareas, no me lo invento, lo hacen con éxito muchas tribus.
Hablaríamos entonces de poligamia o de parejas abiertas donde el límite del adulterio o de la infidelidad estaría marcado por cada persona. Existirían parejas, tríos, cuartetos o grupos con normalidad funcional en la sociedad. El amor y el sexo estarían en igualdad de condiciones. Fantaseo con la idea de que esta sociedad imaginaria alberga en su mayoría individuos sanos mentalmente y felices.
Pero como ya hemos visto, en este mundo tal y como lo conocemos, no puede haber sitio para otro tipo de amor, sencillamente no encaja. Pensar en un amor abierto y libre y admitir que la monogamia no es factible, desencadenaría el declive de la sociedad.
Replantearse lo que entendemos por amor de pareja, sexo y monogamia es parte de la evolución, tarde o temprano la monogamia quedará el diccionario de las palabras olvidadas. Creo en un futuro donde la mujer y el hombre aprenden a amarse a sí mismos, y como consecuencia disfrutan más del sexo, donde las personas no necesitan luchar por su identidad, porque las barreras las hemos roto en esta generación, cada uno se unirá a quien o quienes quieran, por el tiempo que quieran y será tan natural que no asumiremos la separación como una derrota vital. En el futuro amaremos, como siempre hemos amado y el arte seguirá existiendo gracias al amor.
A modo de resumen de la deconstrucción:
El amor no mueve al mundo, lo mueve el sexo.
No nos engañemos, no somos monógamos.
Nuestra evolución como sociedad nos exige replantearnos nuevos modelos de relaciones de amor. A través del disfrute del sexo y el amor propio se puede conseguir.
[1] Efectiva tanto para controlar al hombre como para controlar a la mujer. Si bien es cierto históricamente las mujeres han sido mayoritariamente las víctimas de este código, los hombres no están exentos de ser anulados, humillados y/o ridiculizados bajo la consigna del amor romántico. Además, la culpa y la frustración generada por la inviabilidad del amor, afecta a ambos sexos por igual.
Fotografía de Daniel Comeche