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Esto no es amor

Ana Álvarez-Ude Baranda y Frans Geraedts artista y filósofo

ANA: No sé si para empezar a pensar sobre este tema debería primero definir qué es el amor. Es un concepto un tanto farragoso, ¿no crees? El amor puede sentirse hacia personas, cosas, temas, animales… Y aun así, lo primero que viene a la mente cuando me preguntan por él es ese que sentimos hacia aquellos a quienes deseamos, aquellos por los que sentimos amor romántico.

Para ser sincera, no tengo ni idea de qué es el amor, pero ciertamente puedo sentirlo. No estoy segura, eso sí, de si ese sentimiento es «directo». Siento cosas que idéntico como amor, pero que quizás no lo sean directamente. Siento afecto, el deseo de cuidar de alguien, el deseo de ser cuidada por alguien. Siento deseo sexual y sensual y algunas veces ese deseo excluye a cualquier otra persona. También he sentido celos, el deseo, ansioso e intenso, de que alguien sea solo mío. Ocasionalmente he sentido felicidad cuando alguien a quien sentía como mío ha amado o follado con otras personas. He querido saberlo todo sobre una persona, desde todos los ángulos, en todas sus formas.

He interpretado muchas de esas cosas, por sí mismas o en conjunto, como signos de amor, lo que en cierto sentido puede significar que el amor, como la enfermedad, solo puede ser conocido por sus síntomas.

FRANS: Bajo el nombre de amor, la humanidad ha cultivado una serie, determinada pero imprecisa, de sentimientos, deseos y acciones al servicio de algunas (¿la mayoría de?) instituciones íntimas, como por ejemplo el matrimonio, la paternidad, la sexualidad, el cortejo, el adulterio, la amistad, la caridad. Ahora que finalmente la búsqueda de la felicidad se ha colocado en un primer plano de la historia, todas estas instituciones se encuentran en deconstrucción. (No solo en el pensamiento sino en las decisiones y acciones del día a día). Esa deconstrucción se ve alimentada por una por una simple pregunta: «¿(me) ofrece (este acuerdo) suficiente felicidad?». Sin embargo, en el transcurso de este trabajo de desconstrucción esa primera cuestión provoca, sin excepción y casi inmediatamente, una segunda, aquella referente a la felicidad del otro: «¿es (este acuerdo) justo?». Esta segunda cuestión a su vez desvela el carácter patriarcal de las instituciones íntimas y provoca una resistencia feminista, una ofensiva feminista.

ANA: Entonces, ¿comenzar esta conversación tratando de comprender lo que el amor es parte de esta deconstrucción? Lo primero que hice al comenzar a pensar fue ir a la Real Academia y su definición de amor me dejó perpleja. El primer significado era «sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser». Aparte de la posibilidad de que ese «otro ser» sea una oveja o una tetera, algo a lo que no puedo oponerme desde la perspectiva prosexo, la idea de que haya una insuficiencia esencial, una falta, un agujero que solo puede ser llenado por otro se me hace antiquísima, incluso si tiene algo de cierto (necesitamos a otros) y, sin embargo, es una concepción que está en todos lados… Quizás porque no hemos encontrado una alternativa.

Creo que esta idea, que tiene sus raíces mucho antes, se hace realmente prominente en la cultura popular del siglo XX y florece en términos de cantidad de producciones en los años 80 y 90. Ross y Rachel, Jack y Rose en Titanic, Carrie y Mr. Big, Tom Hanks y Meg Ryan… Todos llevan repitiéndolo desde hace eones: solo puedes tener un final feliz si terminas con tu otra mitad. Esa resistencia que mencionas entra aquí en forma de una miríada de vídeos, textos, artículos y sketches cómicos que revisan estas historias desde una perspectiva crítica. Ahora la Bella Durmiente es víctima de abusos sexuales (lo que es interesante, porque en la historia original había una violación explícita que luego fue cambiada por un casto beso) y Ross es un gilipollas controlador.

Esta perspectiva parece bastante liberadora cuando te la encuentras por primera vez (y me imagino que más todavía si eres mujer). Te otorga un nuevo par de ojos con los que analizar el mundo y tus propias experiencias. Quizás, solo quizás, puedes encontrar felicidad en ti misma y no tienes que atarte al último capullo en una larga lista de malas relaciones por miedo a estar sola. Quizás esas malas relaciones no eran inevitables. Quizás.

Y aun así, no es suficiente. Esta perspectiva primero te libera y luego te atrapa en una visión del mundo belicosa, incluso paranoica. Ahora nada es amor y todo hombre busca hacerte daño. En mi experiencia, una vez reconstruyes algo te puedes encontrar caminando sola en un descampado muy ético.

FRANS: ¿No anhelaremos tras la deconstrucción? (N. de la T.: «to pine»: languidecer, echar de menos a quien se amó…) Eso sería un error y, en consecuencia, no va a ocurrir. El anhelo es una de las maneras en que el amor hace feliz. No es para todo el mundo, ni para todo momento de una vida, pero renunciar a la dulzura de este dolor sería un pecado. ¿Fue el anhelo parte de la construcción de lo que se llamaba amor romántico? Sí. ¿Era esa construcción patriarcal? Profundamente. ¿Estaba conectada y condujo a la desigualdad y a una distribución injusta de la felicidad entre los sexos? Sí. Anhelar tras la deconstrucción, sin embargo, es una forma de darse el gusto en la que tanto hombres como mujeres pueden participar. Ya no se deriva de esa necesidad femenina, de esa insuficiencia construida, de esa sobreinversión especulativa en las relaciones que está condenada a fracasar. Es un aumento temporal del riesgo en una apuesta emocional, un tanto extravagante, que convierte al amor en un gran amor y lo hace desde uno mismo, por una misma. ¿Puede pasar una vida sin tener ninguna oportunidad de anhelar? Puede, si se es muy desafortunado.

Anhelar tras la deconstrucción es como cubrirte en público la cabeza con un pañuelo como una estrategia erótica privada. Imagina el momento en que te lo quitas, el cabello liberándose, el gesto que marca la entrada a la esfera privada de lo erótico, el yo descubierto voluntariamente ante la mirada posesiva del otro, convirtiendo a la pareja en amante con ese gesto. Sí, suéltate el pelo, súrcalo con tus dedos y deja que se resbale entre ellos.

ANA: Entonces, ¿lo que quieres decir es que alguien puede transformar algo que era impuesto en una herramienta de autosatisfacción? ¿Una estrategia construida para disfrutar una relación de una manera más vívida, divertida, excitante?

La idea es atrayente, pero me pregunto cómo puede llevarse a cabo. Siguiendo tu propuesta, parece que tras la reconstrucción una persona debería ser capaz de tener el corazón abierto manteniendo una dosis de escepticismo, tendría que ser vulnerable y estar alerta al mismo tiempo. Parece casi como hablar dos lenguajes distintos de dos épocas diferentes. ¿Sería ese tipo de amor irónico? Y si es así, ¿lo convertiría en un amor menos real, menos verdadero, menos amor?

En adición a esto, si todas esas estructuras provienen del patriarcado, si son el sustrato del que tantos horrores han emergido, ¿es posible transformarlas, apropiárselas, y seguir siendo libre para disfrutar del amor entre verdaderos iguales? ¿Puedo anhelar o ser posesiva o estar embelesada sin caerme por esa madriguera?

FRANS: Al entrar en el reino del lenguaje y el significado (un suceso que tanto para el individuo como para la especie precede la existencia) todos los impulsos y sensaciones internas del animal humano se separaron, se liberaron, de los simples fines evolutivos de la supervivencia y la reproducción, de los que habían nacido. Se convirtieron en fines en sí mismos, cabos sueltos en cierto sentido, todos ellos susceptibles de ser cultivados. La psique humana resultó ser increíblemente (aunque no infinitamente) dúctil. Los impulsos y las sensaciones pueden ser intensificados, diferenciados, redirigidos y re-unidos, «sublimados», en palabras de Freud, sin perder nunca completamente la conexión con sus orígenes biológicos. Se convirtieron en deseos y sentimientos. Fueron socializados, convertidos en motivos; se hicieron funcionales, institucionales. La búsqueda de la felicidad podrá, durante el largo presente de sus generaciones, cosechar todos estos cultivos de deseos y sentimientos, los resultados de miles de años de aprendizaje institucional, variación tras variación, y los consumirá una y otra vez (como coger fruta madura del árbol en un interminable día de verano). Esa búsqueda no dejará piedra sin mover, deseo intacto, sentimiento sin perturbar.

Cuando mi amante (me) rompió conmigo porque su nueva novia exigió muy seriamente una monogamia que yo ingenuamente despreciaba, no pude, durante varias semanas, pasar por delante de su casa en bicicleta. Cuando inconscientemente lo hacía al ir a la universidad, el dolor de verla me partía en dos. No hay nada irónico en extrañar aquello que se ha perdido. Era una marimacho con la voz un poco cascada y las tetas pequeñas. Sus ojos se vidriaban cuando se corría. Comió mi esperma directamente de la manta. Extraño anhelarla.

ANA: Hubo un tiempo, cuando era un bicho palo, en que todavía no había follado. Mi primer novio y yo solíamos besarnos durante horas con la ropa puesta, pierna sobre cadera, rodilla entre los muslos, tratando de atravesar la barrera de la ropa. Mi concepto de amor era entonces mucho más ligero: me gustaba alguien a quien yo le gustaba (¡milagro!) y queríamos besarnos, tocarnos, atravesarnos y sostenernos, por lo que evidentemente éramos novia y novio y evidentemente nos queríamos. No era posible estar con alguien si no estabas enamorado.

Recuerdo enfadarme estúpidamente con él en mi cumpleaños porque en lugar de estar conmigo estaba hablando con unos amigos. Como, obviamente, no podía decirle eso, planeé una serie de ridículas estratagemas que no eran más que diversas variaciones de lo mismo: me iba a un lugar alejado, me sentaba y esperaba a que mi príncipe azul, mi salvador, viniese a encontrarme. Nunca vino, resulta que estaba demasiado ocupado viviendo en una realidad no dominada por las comedias románticas. Lo que esperaba de él era una construcción nacida de un deseo real: tenerle para mí, estar a solas un rato. Lo que le pedía sin palabras era la satisfacción de una fantasía, ajena pero poderosa, que él no podía adivinar.

Desearía habérselo preguntado. Desearía haber seguido mi deseo. Sin guión, sin expectativas, sin miedo. Este miedo de guionista, excesivamente encariñada de los tropos, las vueltas de tuerca previsibles y los personajes planos. Desearía poder dejarlo ir.

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Imagen de Juanma Samusenko

Ilustración, Collage y Fotografía

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Ana Álvarez-Ude Baranda y Frans Geraedts

artista y filósofo

Ana Álvarez-Ude Baranda, artista. Pasó la infancia leyendo, estudió Comunicación Audiovisual y finalmente se lanzó al vacío de ese mundo indefinido que es el Arte. Cree que falta imaginación y sobran manuales.

Frans Geraedts, 61 años, filósofo. Creció en el ex-distrito minero de los Países Bajos. Vive en Amsterdam. Trabaja en temas de justicia, integridad del gobierno, arte público, memoria e identidad, la búsqueda de la felicidad, la promesa de abundancia.