Reconózcalo. A usted también le ha pasado.
Mirando una pantalla.
Una imagen.
Una frase.
Y ha llegado a la conclusión de que siempre los demás son más felices que Ud.
Tendemos a ver siempre a los demás como mejores, más valientes, más capaces, más guapos, más exitosos.
Al final, los vemos completos y nos asusta no ser nosotros completos. Los vacíos, los límites, el dolor, la enfermedad; todo lo que nos recuerda que, al final, no podemos todo.
Esto al final nos bloquea, nos estanca y es cuando necesitamos preguntarnos ¿Qué es lo que nos asusta tanto?, ¿Qué es lo que hace que no avancemos?, ¿Son los demás o tiene algo que ver con nosotros?
La sociedad en la que vivimos, está inmersa en este escaparate gigante. Cuidamos con esmero el exterior, nuestra apariencia, lo que se quiere mostrar. Un perfil de Facebook feliz, muy feliz si señor, pero ¿Y nosotros?, ¿Somos felices?
Párese un momento, y piense cuánto dedica al día a cuidar el exterior, y no sólo me refiero a su físico, a su pelo o a su ropa; si no también a lo que intentamos transmitir a los otros: que nuestro matrimonio es ideal, que no tenemos miedo, que no estamos tristes ni que nos comen las dudas.
Probablemente y con independencia de hacia qué lado se incline su balanza, es innegable. Dedicamos un tiempo y un esfuerzo en un “como si” que no tiene mucho de real, de genuino, de nuestro ser; que habla más sobre lo que queremos aparentar que de quiénes somos en realidad.
Y es que parece que en la sociedad que nos encontramos, lo de pensar no viene demasiado bien. No interesa que el sujeto piense y además, eso de poder pensarse no es una tarea nada fácil.
Un elemento fundamental, sin el cual no podemos entender la sociedad actual son las nuevas tecnologías y dentro de ellas y en referencia con esto que venimos hablando del escaparate; están las redes sociales.
Hay un exceso de conexión que no digo que no facilite o que no conecte; pero desde luego también desconecta. Nos desconecta de los demás y nos desconecta también de nosotros mismos.
Me hace gracia que se llamen precisamente así, redes, en alusión al elemento que interconecta, supongo. Pero también podemos pensar las redes como algo que atrapa, que “enreda”.
Actualmente hay una infinidad de redes: Facebook, Instagram, Tweeter, Snapchat hasta otras para encontrar trabajo como Linkedin o para ligar como Tinder.
Quería fijarme en el fenómeno blogger. Estoy pensando concretamente en la bloggera de moda. ¡Pero qué chicas más monas! Da igual la situación, ellas están siempre perfectas y oiga, no se matan en ello, o por lo menos todo parece de lo más natural.
Aquí es donde yo quería llegar, a esta fantasía de perfección sin esfuerzo, de felicidad sin límites y juventud eterna.
Pero ¿Esto es posible? Y si no lo es, ¿Qué hace uno con el batacazo que se lleva después?, ¿Con el desencanto?, ¿Con la desilusión?
Este batacazo, esto de preguntarse dónde están las flores y los arcoíris que le habían prometido, tiene que ver querido lector, con la angustia de castración.
Y no caer en lo contrario, en un mundo cruel y horrorosísimo sino transitar por la vida con dignidad y encontrar eso que se llama felicidad, sería bajo mi forma de ver las cosas, el fin de un análisis.
Pero, para encontrar la felicidad, una real, propia, que pase por el cuerpo y se viva; uno no puede saltarse el sufrimiento, esta es la mala noticia.
Que no sé si es mala o simplemente real, mundana; sin unicornios sí, pero que puede vivirse. Porque los unicornios son muy bonitos, pero que levante la mano el que ha compartido conversación o café con uno de ellos.
El colocarnos delante de nosotros mismos, consultar a un psicoanalista que nos ayude en este proceso de pensarse. Tumbarse en un diván y empezar a preguntarnos sobre el interior.
Porque de eso va el psicoanálisis, de cuestionarse lo que a uno le pasa, aquello de lo que uno se queja. En un proceso que conlleva una responsabilidad para con uno mismo. Responsabilidad como ser individual y como ser social.
Y crecer, no nos saltemos eso, no me refiero en crecer en años, me refiero a construirnos como adultos.
Muchas veces, para saltarnos eso y vivir en una fantasía de poder todo, de no tener consecuencias; nos vemos inmersos en una repetición de la que sentimos que no podemos salir. Repitiendo vivencias, incapaces de decidir de otra manera y haciendo síntomas.
¿Por qué me fijaré siempre en el mismo perfil de hombre?, ¿Por qué mis relaciones nunca duran más de 6 meses?, ¿Por qué siempre acabo discutiendo con mi jefe/a?, ¿Por qué no corto esta relación si me hace daño?, ¿Por qué no me atrevo a independizarme?, ¿Por qué no me siento capaz de terminar mi carrera, de emprender un trabajo? Y una larga lista de etc.
Ante esto podemos “echar balones fuera”, maldecir nuestra mala suerte, echar la culpa a los demás o podemos pararnos a pensar que, si al final se acaba repitiendo (y tenemos esa sensación de “siempre me pasa igual”), quizás algo tenemos que ver en esto que nos pasa.
La castración es un pasaje simbólico de renuncia a la posición infantil frente a los padres para poderse construir hacia el exterior.
Implica hacernos cargo de nuestra falta y no demandar al otro que se encargue de ella y también separarse, saber que el otro no es uno y viceversa.
Salir del niño bonito y de que otro pague los platos rotos, para empezar a pensar qué vamos a hacer nosotros y cómo lo vamos a pagar.
Porque se paga, y no hablo necesariamente de dinero, sino más bien de renuncia, de pérdidas. Para ganar hay que perder, soltar para reinventarse, poder reescribir la historia, su historia.
Los anuncios intentan que creamos que no. Ya lo saben, ¿Quieres un harén de mujeres hermosas? ¡Fácil! Sólo tienes que comprar la fragancia X o beber la bebida Z.
Las bloggeras intentan que creamos que no, comen toda la comida basura imaginable (basura pero TAN fotogénica) y están delgadísimas, caras perfectas aunque estén resfriadas, viajes a lugares paradisíacos, novios perfectos y ¿Su cara al despertar?
Esa es la posición infantil, el niño no paga consecuencias, sólo recibe y para ello sólo necesita su existencia.
He aquí la cuestión, responsabilizarse o maldecir su infortunio. Poder construirse como un adulto y encargarse o vivir en una posición infantil, que aunque parezca tentador, tiene un precio: el de las repeticiones y los síntomas.
En mi experiencia personal, tanto como paciente como psicoterapeuta, esto sería lo fundamental. El objetivo último sería el acompañamiento en el proceso de individuación de cada uno. Que el sujeto pueda encargarse y pueda construirse. Que le pasen las cosas por el cuerpo, poder vivir. Quizás piensen que es demasiado ambicioso, pero les aseguro que el viaje merece la pena.