Los habitantes de Madrid, en general, vivimos de espaldas a la historia de nuestra ciudad. Ajenos a los 12 siglos de experiencias humanas que preceden a las nuestras y en buena medida las explican e incluso condicionan. Vivimos de espaldas a nosotros mismos, por lo tanto.
Originalmente Madrid (entonces Mayrit) fue una ciudad de frontera. La fundó a mediados del s. IX el emir de Córdoba Muhammad ibn Abd al-Rahman como parte del tinglado defensivo de la Marca Media, una frontera entre poderes peninsulares musulmanes y cristianos.
Mayrit era una población de menos de 10 hectáreas cuyas fronteras se expresaban físicamente en una muralla de la que todavía es visible un tramo relativamente bien conservado en la cuesta de la Vega. El barranco que desde el entorno del palacio Real y la catedral de la Almudena desciende hasta el Manzanares y los arroyuelos que discurrían por las actuales calles del Arenal y de Segovia eran los límites naturales del pueblo o medinilla. Este último caudal de agua separaba a los musulmanes de los mozárabes (cristianos que vivían en territorio musulmán y a los que se les permitía profesar su religión y mantener instituciones propias) que habitaban en lo que hoy es el barrio de la Latina, en concreto alrededor de la iglesia de San Andrés y en la Paloma.
En el contexto de la conquista de Toledo (1083 – 1085) llevada a cabo por Alfonso VI de León, Galicia y Castilla, Mayrit se convierte en el Madrid cristiano en el que también viven mudéjares (musulmanes que habitaban en territorio conquistado o reconquistado por cristianos y a los que se les permitía mantener su religión e instituciones). El regato que bajaba por la actual calle Segovia va a recibir el nombre de arroyo de las Fuentes de San Pedro y mantendrá su carácter fronterizo: serán los mudéjares los que vivan entonces al otro lado, en las calles de la Latina conocidas hasta hoy como la Morería.
Si bien hay documentos que indican que ya en Mayrit hubo algunos judíos, su primera comunidad se instala en la villa de Madrid procedente de Toledo a partir de 1085.
El Madrid castellano de los siglos XI, XII, XIII y la primera mitad del siglo XIV, administrado a través de la institución del concejo abierto (todos los varones con propiedades en la villa tomaban con votaciones a mano alzada las decisiones pertinentes sobre el gobierno de la población y elegían por un año a un figura equivalente a de un alcalde) es el de la convivencia pacífica ente cristianos, mudéjares y judíos, con los límites que la presión ideológica emanada de los diferentes poderes políticos y religiosos imponía.
Los cristianos, tanto los descendientes de mozárabes madrileños como los repobladores, se dedicaban fundamentalmente a la agricultura y la ganadería. Desde la Morería, los mudéjares descendían a la vega del Manzanares a trabajar en sus huertas. Por toda la ciudad desempeñaban el oficio de alarife (todavía hay elementos mudéjares visibles en la iglesia de San Nicolás, la torre de los Lujanes y la iglesia de San Pedro el Viejo) y otros (hubo herreros, curtidores, alfareros). Los judíos se asentaron entre el palacio Real y la cuesta de la Vega y también había entre ellos agricultores y artesanos, además de médicos, arrendadores y cambistas. Algunos abren tiendas en las calles denominadas hoy Mayor y señores de Luzón.
Títulos de propiedad asociados a nombres judíos y musulmanes nos hablan de una cierta dispersión de miembros de estas comunidades por diferentes puntos de la villa.
Alfonso XI de Castilla y León establece el regimiento en Madrid en 1346. El regimiento o concejo restringido estaría integrado por un número fijo de regidores, que eran designados por el rey con carácter vitalicio. Esa misma medida se tomó en numerosas villas castellanas en un intento centralizador y uniformizador.
Las fronteras morales interiores de Madrid quiebran en 1391, cuando la villa se suma al pogromo que había comenzado en Sevilla ese mismo año en el contexto de una grave crisis económica e institucional en la que se alienta la búsqueda de culpables entre las etnias minoritarias y que acabaría propagándose por toda la Península Ibérica. La aljama madrileña sufre graves daños y la población judía desciende considerablemente.
Damos un salto hasta 1481 para mencionar la legislación que ese año promueven los Reyes Católicos acerca de los judíos y los mudéjares y que el concejo de Madrid ejecuta. Por un lado, se decreta “Que todos los judíos de Madrid et su tierra […] ninguno non sea osado de andar syn señales.” La señal era un distintivo de color rojo que debían llevar sobre un hombro. Por otro, se cumple con lo establecido en las llamadas leyes de Apartamiento de Castilla: “Porque la contínua conversación y bivienda mezclada de los judíos y moros con los christianos, nos resultan grandes daños e ynconvenientes […]. Hordenamos y mandamos que todos los judíos y moros […]tengan sus juderías y morerías distantes e apartadas […] e non moren a bueltas con los christianos ni en un barrio con ellos.”
Estos textos muestran a las claras la intolerancia religiosa del momento y también el hecho de que, a pesar de todo, aún había judíos y mudéjares que no vivían en la aljama y la morería, respectivamente.
En 1492 se consuma la conquista de Granada, los judíos son expulsados de los territorios de la monarquía hispana y los mudéjares son obligados a convertirse a la fe cristiana, pasando a ser conocidos a partir de entonces como moriscos. Estos también serán expulsados, ya en plena Edad Moderna, entre los años 1609 y 1613.