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Gestos

Domingo Moreno Politólogo

Cuando hace dos veranos tuve la oportunidad de visitar el Panteón de Paris, de entre todas las tumbas que allí estaban, me produjo una especial impresión la de Marie Curie. Enterrada junto a su marido Pierre, en tumbas separadas, una encima de la otra, sobre la de Marie alguien había depositado una rosa roja fresca.

Aquella flor en medio de ese paisaje tan lúgubre, con ese sistema de galerías pobremente iluminadas que conducen a las cámaras donde están las tumbas, siempre acompañados de un fuerte olor a humedad, parecía un pequeño milagro de vida en medio de un entorno de muerte.

Lo cierto es que entonces me pareció que aquel gesto, seguramente repetido con asiduidad por algún devoto de la figura de la gran científica, tenía una fuerte carga simbólica, y hoy que recuerdo aquella visita, me reitero en esa sensación. Esa flor fresca representaba la energía, la constancia, la fé incondicional, la entrega total y absoluta a cualquiera de sus proyectos, virtudes todas que se encarnan en la figura de Marie Curie, convirtiéndola en referente universal de la ciencia, tal y como acreditan sus dos premios Nobel en física y química, siendo la única persona hasta la fecha que atesora ambas distinciones.

Esas virtudes de la investigadora polaca son valores que ha hecho suyos el movimiento feminista, necesitado de armarse de argumentos con los que promover iniciativas para seguir en la lucha de reivindicar lo normal, lo que las iguale a los hombres, en medio de un entorno que a día de hoy sigue primando a aquellos frente a estas.

En estos días, en los que se ha vuelto a conmemorar la efeméride de la mujer trabajadora, recordar aquella visita, parece un buen modo de empezar estas líneas, y también un buen modo de destacar que son determinados gestos los que dan sentido y empujan a la lucha de la mujer en un mundo todavía demasiado enfocado hacia lo masculino. Gestos de todo tipo y en todas las épocas, protagonizados por mujeres valientes, rebeldes e inconformistas que se negaron a aceptar una posición sumisa. Mujeres como Mary Wollstonecraft, madre de Mary Shelley (autora de Frankestein), que a finales del siglo XVIII, decidió retar a los convencionalismos de su tiempo estableciéndose como escritora independiente, reclamando igualdad de trato para hombres y mujeres en una sociedad en la que unos y otros eran educados de un modo diferente en función de su rol. Así la publicación en 1792 de la Vindicación de los derechos de la mujer, supuso la aparición de uno de los grandes alegatos en defensa de la igualdad de derechos, reclamando para esta un papel diferente al de esposa y madre abnegada.

Otros gestos, en cambio, producen una impresión más inmediata, sin duda potenciados por el valor que la imagen tiene sobre la palabra, y que apuestan por la instantánea, por la foto, para conseguir que el momento quede inmortalizado de tal manera que lo que la retina ve, pueda impregnarse de algún modo en la conciencia. Así ocurrió en Alabama en 1955, con el acto de protesta simbólico protagonizado por Rosa Parks, ocupando un asiento reservado para blancos en un autobús urbano. En medio del conflicto racial, nunca del todo superado por la sociedad estadounidense, aquel gesto supuso de algún modo un espaldarazo a la Ley de Derechos Civiles aprobada años más tarde, en un movimiento calculado por asociaciones de defensa de derechos de los negros, entre cuyos activistas ya despuntaba la figura de Luther King. Además supuso un nuevo vínculo de unión entre mujeres y negros, unidos paradójicamente de un modo solidario por la miseria de ser discriminados en un país siempre rico, sin que esto fuera necesariamente sinónimo de progreso.

Gestos. Colocar una flor sobre una tumba como la de Marie Curie en el panteón parisino es un homenaje a una mujer excepcional. Pero dentro del abanico de posibilidades de actos que pueden hacerse para que sirvan de apoyo a las mujeres, quizá fuera necesario hacerse eco, de todos aquellos que bien pudieran calificarse como anónimos, que día a día se realizan, y que dan tanto aliento y fuerza a sus reivindicaciones, como la más singular y osada de las acciones. Gestos que no requieren de pericia ni osadía alguna, como tampoco requieren de desplazamiento o de demostración de capacidad intelectual. Gestos que, casualmente, ni siquiera tienen a las mujeres por protagonistas, ya que son hombres los que podrían realizarlos, en un entornos específicos como podría ser el del hogar familiar, una de las principales fuentes de emanación del machismo, todavía a día de hoy, y de sus variadas formas de desprecio y violencia. Detrás de unos gestos tan simples como rutinarios, (fregar los platos o cambiar un pañal, etc.), hay un gran acto de afirmación y de apoyo, de homenaje a la lucha de una parte de la sociedad que tan solo pide ser igual a la otra parte. Y es que en esa lucha los hombres estamos llamados a tener un papel protagonista. Tan solo falta decidirnos a asimilarlo, individual y colectivamente, de una vez.

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Ilustración de Sandra Gobet

Domingo Moreno

Politólogo

Curioso, amante de la literatura. Ejerzo de politólogo a ratos y de bloguero y escritor por arrebatos.