Está de moda, la palabra, un invento desafortunado, y ahora un producto más de nuestra época de consumo. El término ha venido para quedarse, para que los millones de personas que andamos sumergidos en el proceso digital no se nos olvide que ya nada puede ir peor, porque si pudiera, sería eso, y para nombrarlo que mejor que una modalidad que engloba todo lo execrable que puede pasar, un futuro que de tanto ser recreado ya está pasando. La pregunta de fondo es porqué nos produce tanto morbo. ¿Porqué llevamos al límite una desazón general que falsamente creemos controlar?
Mucho han cambiado las cosas desde el decapitado Tomas Moro. Lo feo se ha apoderado de nuestras vidas de forma vertiginosa, sin freno de mano ni de gigas, todo se expande como un batido de ansiedad y miedo, que se derrama para emponzoñar los últimos resquicios que guardábamos sobre paraísos sociales, que ahora solo son económicos, son los paraísos fiscales esparcidos estratégicamente por el mapa, y las propuestas filosóficas de libertad, de una sociedad ideal, ética y justa, se han vuelto espejismos que consideramos, desde la óptica desnutrida y hueca de la cultura de masas, pueriles.
Todo se engulle sin digestión, sin reposo, y sin piedad, y nuestros pensamientos más lúcidos caben en muy pocas líneas, unos cuantos caracteres son suficientes para comprender el mundo, todo es importante en un segundo y luego deja de existir, hasta la guerras, y su lugar es ocupado inmediatamente por otra cosa.
Ideas y falacias se mezclan y mañana se las habrá llevado el sistema. Ay, Orwell.

Añádase las fakes y similares, añádase los falsos perfiles, las vidas de foto de superficie, el deep internet, nicho de la pedofilia y la venta de armas y otros comercios tan lucrativos como oscuros, añádanse todos aquellos elementos que estimulan la realidad desde el lado cruel y bárbaro de la historia. Todos aquellos procesos que impulsan al individuo a pensar sin escrúpulos, sin intuir las consecuencias materiales y mentales que generan, a vivir al vértigo de la desgracia en un mundo donde ya no hay nada que pueda sostenerlo, movido por una inercia ciega, un movimiento desolador y sin esperanzas, desdibujados ya los comportamientos éticos, nobles o morales, con unas reglas que se enmarañan hasta perderse, véase los entramados de las empresas fantasma, léase unas leyes que se difuminan conforme avanza el capital, y que solo sujetan los edificios donde se guardan, pues la estructura hace tiempo que deriva, absorbida por los intereses financieros.
Hace tiempo que saltaron las alertas, pero estamos mirando una pantalla y no las escuchamos. El bucle sin fin de las múltiples naturalezas virtuales nos devora cada día, reinterpretando el famoso cuadro de Goya. Cronos podía bien ser Medusa.
Que la palabra fuera empleada por primera vez por un economista, ya nos da una pista de por donde venían los dividendos, alarmante que algunos de los contenidos de las novelas del género, hayan trazado los rasgos de nuestro futuro, y su tinta sea con la que ahora se escribe la realidad. Los pensadores avisan que ya estamos viviendo en un mundo distópico, de espaldas a la naturaleza de la que formamos parte, al planeta donde habitamos, y al ritmo que vamos, expandiremos los resultados al universo en general, nombrándolo también como un artilugio que puede acabar con nosotros en cualquier momento. Sea vía meteorito o por un voraz agujero negro.
El tópico inverso es un paradigma negativo que asusta.
No se puede negar la realidad, esa tan implacable que convierte las vidas de hombres, mujeres y niños en calvarios, según el paralelo de nacimiento.
En nuestro fantástico mundo de primer grado, el paulatino y constante desmoronamiento del estado de bienestar es la pequeña distopía local dentro de la planetaria. Las sirenas suenan de lejos, aquello que el cine, y la literatura nos señaló, aquello que nos quisieron hacer comprender, las sociedades que el cómic dibujó y puso color, se ha hecho real. La tecnología forma parte de nuestras vidas, dependemos de ella y es una fuente de control que se usa para inducir al consumo, utilizando nuestros datos personales, mientras la estulticia campa en las redes sociales, alimentada por personas manipulables por el mismo sistema en el que se apoyan para el insulto y la inanidad.
Lo más triste, lo más horrendo de todo es que el enfoque se dirija a lo negativo, se busque el golpe, el escozor, la hinchazón, el dolor, sin entender que la imaginación del hombre es creadora de realidades y los enfermos hipocondríacos no se curan nunca.
Al hablar del término y sus contenidos, enfocado en lo perverso, este artículo insiste en la fórmula distópica como principio presencial en nuestras vidas, y convierte lo mismo que quiere expresar en lo contrario. La distopía es un género de pensamiento que se acuñó en la Ilustración, cuando Voltaire enunció la famosa frase del piensa mal y acertarás. La receta no era nueva, está incluida en el menú diario de la humanidad desde mucho antes que se expandieran las ideas del poder de la razón y de la ciencia que declaraba el gran filósofo.
No solo continuamos esperando la ilustración en general, sino que seguimos apuntando en nuestra mente al siempre enemigo que es la sociedad, el otro y todo lo que molesta, lo que no soy yo, jaleados por el miedo inducido por el sistema y los valores que pregona.
Ante este panorama, no todo es negativo, hay colectivos en lucha, adolescentes que gritan y con sus posiciones sonrojan al capital, que empuñan la razón y sostienen la esperanza, y que ante la desbandada ética general, proponen el colaboracionismo, el compañerismo y el amor por la naturaleza y las personas. No hablo de los partidos políticos, estos acogen bajo sus siglas epígrafes posibles que una vez en el poder devienen utópicos, porque el poder en sí es un mecanismo oxidado al que le molesta mucho que le toquen los privilegios y los goznes.
Ahora que la Iglesia desconectó el purgatorio, estamos tan desamparados que hemos inventado varios, allí no tenemos que dar cuentas, podemos escapar de la miseria, decir lo que nos sale de las tripas sin pensar en el daño producido, sobrevolar una vida alegre y sin problemas con solo parecerlo, podemos escapar de nosotros mismos creándonos y creyéndonos otros, ahora la utopía es lo virtual, mientras la realidad se torna cada vez más sombría.
No soy contraria a la tecnología, a la ficción, a los libros que mostraron los posibles caminos equivocados; el arte da al hombre la oportunidad de redimirse en el espejo de sí mismo. Las creencias que forman la realidad solo son pensamientos solidificados, es en eso en lo que reniego de las dístopias, vengan de donde vengan.
Porque generan una posibilidad que se acepta sin ponerle remedio, porque nos dan de comer basura mientras vemos la televisión que es, en sus contenidos, una gran máquina generadora de conciencia distópica.
La capacidad de crear, la capacidad de razonar, lo que nos diferencia de la bestia, se unidirecciona y pervierte, ni siquiera nos está salvando el instinto de supervivencia. El poder del hombre reducido al pensamiento negativo. Lejos sí, quedan las bellas utopías, porque la mayoría de la población planetaria continúa en el modo supervivencia. Ahora ya no se puede soñar, sino es con algo oscuro e inquietante, y distopía no es lo contrario a utopía es la negación del desarrollo humano, es el titular que refleja aquello que el poder quiere que pensemos, donde las soluciones ya no son factibles, porque el futuro se hace presente y es tan perverso que ya no cabe ninguna.
Todos pertenecemos ya un subgénero vital, a lo que nos maltrata y no reaccionamos, sin cuestionarnos de donde vienen las corrientes de pensamiento que nos inducen a pensar mal, a nuestras atropelladas conversaciones interiores, a nuestro empobrecido discurso de deseos, sin preguntas sobre nosotros mismos, sin profundizar en nuestra esencia humana. Y es aquí donde hay que insistir, en la falta de cuestionamiento, en la relajación del criterio y la observación, en el escaso o nulo tiempo que, salvo excepciones, que por suerte siempre hay y habrá, nos dedicamos a pensar lo que pasa, lo que nos pasa, y a admitir que devolvemos respuestas previamente manipuladas que no nos pertenecen, porque han sido inoculadas.
Nosotros generamos nuestra propia distopía con lasactitudes exentas de compromiso y de verdad con la vida.
La sociedad, el mundo, es un reflejo de nuestro interior. La ciencia ya sabe que somos emisores de realidad, y también receptores, funcionamos como una antena así que lo mejor sería que mantuviésemos limpios nuestros circuitos de suciedad e inmundicia mental y estuviésemos atentos a nuestros pensamientos, con consciencia, con conciencia.
Los términos, lo que enunciamos y llamamos a nuestras vidas tienen muchas categorías, sencillos o sofisticados, pervertidos o luminosos, zafios o elegantes, pueden ser revolucionarios, generadores de belleza, de compasión hacia los demás, o todo lo contrario, pero nunca son inocuos, y rememorando al poeta algunos vienen cargados de futuro.
Crear una sociedad indeseable en sí misma no solo es irracional, es ridículo.
La cuestión sigue siendo porqué nos gusta tanto.