Según cuenta Cicerón que cuenta Heráclides Póntico que cuenta Pitágoras, la filosofía consiste en la contemplación. Mientras que unos participan de la realidad, el filósofo, apartado, la observa y trata de comprenderla:
“León, asombrado por la novedad del nombre, preguntó quiénes eran los filósofos y qué diferencia había entre ellos y los demás; a lo que Pitágoras respondió que a él la vida de los hombres le parecía semejante a ese tipo de ferias que se celebran con un grandísimo aparato de juegos con la participación de toda Grecia, porque, del mismo modo que allí hay unos que tratan de alcanzar la gloria y la celebridad de la corona de la victoria con sus cuerpos entrenados, mientras que otros llegan con la intención de obtener una ganancia comprando y vendiendo, hay un tipo determinado de personas, y con gran diferencia el de mayor valía, que no buscan ni el aplauso ni el lucro, sino que llegan allí simplemente para ver y observar con atención qué es lo que sucede y cómo sucede, de la misma manera nosotros también, como si hubiéramos venido de una ciudad a una especie de feria atiborrada de gente, hemos venido a esta vida desde una vida y una naturaleza diferentes, unos para ser esclavos de la gloria, otros del dinero, pero hay unos pocos que, sin tener en consideración todo los demás, se dedican con pasión a examinar la naturaleza de la realidad, y ellos son los que se llaman a sí mismos amantes de la sabiduría, que es lo que significa ”filósofos” y, del mismo modo que en la feria el comportamiento más noble es limitarse a contemplar sin buscar nada para sí, así también en la vida la contemplación y el conocimiento de la realidad son actividades que superan con mucho a todas las demás[1]”.
Efectivamente, en los Juegos Olímpicos hay espectadores y compradores que van a participar como tales en los juegos, también hay atletas y jueces, los que como tales van a participar, y además, abundan los comerciantes y vendedores, que de ese modo igualmente participan; el legendario retrato del filósofo es el de aquel que no participa sino que contempla el conjunto y trata de comprenderlo.
Pero flaco favor hizo este apotegma a la filosofía durante siglos separando teoría y praxis hasta que Marx tuvo que gritar con fuerza aquello de que hasta ese momento los filósofos se habían limitado a contemplar el mundo y que era ya hora de transformarlo. La controversia parte de una escisión entre teoría y praxis y no del reconocimiento de que, a menudo, no hay mejor praxis que una buena teoría. El pensamiento contemporáneo habría de ser entonces una disposición fronteriza, en la cual, teoría y praxis, estuviesen fusionadas.
Lo que ocurre es que aunque parece fácil transformar esa consideración clásica de lo contemplativo no se nos aparece tan fácil si nos atenemos a las dificultades que entraña participar y contemplar algo, al mismo tiempo. Fusionar el actuar y el pensar no es tan fácil como parece. Veremos a continuación algunos inconvenientes.
Un problema parecido con el que empezar a ilustrar el asunto fronterizo que nos concierne aquí pudiera ser el de la simultaneidad perceptiva, sería, por ejemplo, el de captar simultáneamente al conejo-pato de la famosa Gestalt popularizada por Wittgenstein. Se trataría del problema de “ver” esa famosa Gestalt, de una vez, como ambas cosas a la vez, y no como una u otra, sucesivamente. Si alguien ha tenido dificultades para ver al conejo-pato eso nos puede revelar, inicialmente, lo difícil que resulta adoptar una disposición fronteriza.
Nuestra percepción parece no estar preparada para captar al mismo tiempo la sucesión y la simultaneidad, ni para fusionar horizontes. Aquí no es que se nos muestre problemático hacer varias cosas a la vez, sino que se nos muestra problemático simultanear dos cosas a la vez. ¿No estará molestando el principio de no contradicción por algún recoveco?.
Si no estamos muy preparados para captar dos cosas simultáneas, a la vez, tampoco lo estamos para captar algo como el dentro-fuera a la vez, es decir, por poner otro ejemplo, o estamos dentro de la fiesta, participando en ella, o estamos fuera, observándola, pero parece que no podemos contemplar la fiesta en su conjunto y participar dentro de ella, al mismo tiempo. Y el mismo fenómeno acaece con las drogas o incluso en la experiencia mística, o bien se está en el interior, colocado o en éxtasis, o bien en el exterior, observando los efectos y lo que pasa.
Una disposición fronteriza sería entonces la que nos permitiría ver al conejo-pato simultáneamente, estar inmerso en la fiesta y participando en ella, estar bajo los efectos de las drogas y contemplando sus resultados, acceder al espacio místico y permanecer fuera de él. Para ello es necesaria algo más que una condición anfibia, algo más que ser como esos animales que tienen branquias y pulmones y que pueden respirar tanto bajo el agua como en el aire, algo más que ser un ornitorrinco, algo más raro aún que un mamífero ovíparo.
La disposición anfibia nos permite ciertamente un doble cerebro, como dijera Nietzsche, uno sensible al arte y otro sensible a la ciencia, una captación trágica o apolíneo-dionisíaca, apta para captar las hibridaciones. Pero solamente la disposición fronteriza nos puede proporcionar esa captación, simultáneamente, ya no una disposición dual, sino una nueva mente, un tercer ojo, como el que en el amor puede simultanear lo sensible y lo inteligible.
En Peter Sloterdijk encontramos expuesta la disposición fronteriza de la que hablamos. El filósofo que adopta la posición de una nueva teoría crítica se tiene que situar en un lugar virtual desde el que aprehender racioafectivamente lo interior y lo exterior, entregándose entonces a los fenómenos y, al mismo tiempo -o sucesivamente- guardando la distancia necesaria para su observación y descripción. Eso no desmiente la plena complementación porque, precisamente, las fusiones son momentos en la díada, instantes o espacios discretos de plenitud vital entre dos o más. No se desmiente la idea de fusión que se aprecia en la mística o en el amor por apostarse en una teoría crítica dual (o multipolar) sino que queda englobada y comprehendida en su interior:
“El enmudecer místico, de sobra conocido, se explica aquí por la circunstancia de que, a causa de la disolución del observador en la esfera más íntima, la estructura bipolar de conocimiento y relación se extingue para su percepción. Con el estar dentro ya efectuado, todos los juegos de lenguaje del observar y del estar enfrente tienen que acabar, efectivamente. Una teoría crítica del ser-en-la-cueva sólo será posible por la introducción de un tercero (…). Esto lleva a la repartición del trabajo entre añoranza y escepticismo, fusión y reserva (…) suceda lo que suceda al místico de ensayo en la cueva, no puede sino tratarse de momentos en la diada[2]”.
Sloterdijk no tiene problemas para situarse en ese tercer lugar entre la fusión y la reserva que le permite describir teóricamente ambos lados, ya que escribe tras la muerte de Dios, tras Nietzsche y Heidegger, y, por tanto, puede hablar sin pudor del interior y el exterior, de la cópula y del nacimiento, sin angustiarse ni estresarse gran cosa por ello. La síntesis dialéctica entre tres esferas no está ya prohibida una vez muerta la metafísica, ya que la ontología puede ya hablar de un interior, un exterior y un “entre” ambos, aunque sea mediante el artificio de suponer ese no-lugar sin que implique ya ocupar el lugar de Dios, y así, dejar que acontezca su vislumbramiento. Esa disposición fronteriza es entendida como momentos en la díada, como fusiones de dualidad o multiplicidad.
Precisamente la imposibilidad metafísico-dialéctica de introducir a ese tercero en sus estadios estético, ético y religioso, era una de las muchas cosas que angustiaba a la religiosidad de un Sören Kierkegaard, a quien todo angustiaba y a todo cargaba de angustia:
“Una cosa, sin embargo, hay del todo cierta, y es la de que los poetas, al describir el amor -por muy puro e inocente que nos lo representen-, nunca dejan de hacerlo sin que la angustia entre también en juego. Analizar esto con más detalle es asunto de un «esteta». Nosotros nos contentamos con preguntar: ¿Y por qué esa angustia? Porque el espíritu no puede estar presente en el momento culminante de lo erótico. Hablo, claro está, como podría hacerlo un griego. Porque sin duda que el espíritu está allí presente, ya que es él quien constituye la síntesis; pero, a pesar de ello, no puede expresarse en lo erótico y se siente extraño. Es como si el espíritu le dijera al erotismo: «¡Amigo mío, yo no puedo representar aquí el papel del tercer hombre y por lo mismo me ocultaré mientras eso dure!». Esto es cabalmente la angustia y lo que, en definitiva, también constituye el pudor[3]”.
Un tanto puritanamente, Kierkegaard, ve imposible simultanear el momento erótico-sexual y el momento espiritual-amoroso, aunque resulta bastante obvio que nunca resulta tan satisfactorio el amor como cuando se resuelve en esa disposición fronteriza ya libre de pudor. Sería un pensar griego dualista e idealista como el del Platón convencional el que impediría que el espíritu esté presente en lo sensible, aunque el Eros platónico llegue a ser representado como un daimón, esto es, como un ser fronterizo entre los hombres y los dioses.
Los momentos de fusión no le estarían vedados a un platonismo que venciese el dualismo metafísico, la separación alma-cuerpo, carne-espíritu, materia e idea. Es en la experiencia erótica y en experiencia artística donde nos resulta más accesible e intuitiva la idea de simultaneidad de estados y fusión de horizontes, entonces, sí vemos posible la disposición fronteriza, sin embargo, cuando la tematizamos en otras experiencias y otras áreas, como la de la comprensión de la historia, nos parecen imposibles. Porque también esa disposición fronteriza sería necesaria para traspasar las fronteras de la historia, dado que el pasado no puede captarse en el presente más que como presente y desde el presente, es decir, sin que, en definitiva, se sepa realmente cómo pudo ser la experiencia original pretérita:
“La identidad originaria entre la presencia y el pensamiento sigue siendo la gran ausente de toda reflexión sobre la historia – es la razón por la cual no comprenderemos jamás desde dentro qué significaba Delphos para los griegos, Sacsayhuaman para los incas, o aún la predicación de Jesús para los judíos. ¿En efecto, cómo repetir la emergencia mutua de las cosas, de las acciones y de las palabras, una vez que su interdependencia ha cambiado de modo? Es debido a que el origen, como surgimiento instantáneo, no tiene historia[4]”.
Lo nuevo, lo creativo, lo que surge simultáneamente emergiendo de la interacción mutua entre las cosas, las acciones y las palabras, no por obra humana sino a través de seres humanos, como por ejemplo, a través de los poetas, es una constelación de vida y de sentido. Una constelación, la cual, inicialmente, no tiene historia, por ser nueva. Después, el tiempo crea una frontera irrebasable entre lo que fue y lo que es, y por eso solamente desde el hoy podemos imaginarnos cómo fueron las cosas en el pasado. De ahí que cada época esté destinada a imaginarse el mundo pretérito sin poder nunca rebasar la frontera temporal que nos separa de él y que lo hace, en última instancia, inaccesible.
También hay una irrebasable frontera con respecto al futuro, una frontera marcada por el uso de materiales, de modo que ni siquiera el Bosco, con toda su imaginación, pudo imaginar aviones u otras máquinas voladoras, aunque pudiera imaginar barcos volantes e hibridaciones múltiples de animales y cosas con alas. Tal vez el Bosco tenía capacidad anfibia pero puede que no disposición fronteriza, si bien, como veníamos diciendo antes, todo creador de mundos pudiera pensarse que habría de tener semejante disposición.
En la disposición fronteriza el salto histórico se parece al salto místico. ¿Acaso leyendo a los griegos haya podido alguien conectar sin mediación con lo que los griegos eran y dijeron? El joven Nietzsche desvelador del enigma de la tragedia griega parecía haberse fusionado con los griegos y, sin embargo, nos previno contra pretender una familiaridad excesiva con la Grecia clásica. Y ya Heidegger, cuando nos dice a menudo y a su manera lo que los griegos presocráticos querían verdaderamente decir antes del giro con el que la metafísica contorsionó a la filosofía, parecería que tuviese teléfono directo con ellos y nos resulta por ello sospechoso.
Lo que inicialmente no tiene historia no puede ser comprendido históricamente, luego, para realmente tener una disposición fronteriza, no sería necesario comprender la antigüedad para poder enunciarla, sino tornarse un griego del siglo V a.C. en el siglo XXI. De modo que en el caso del pasado o del futuro, ni en los relatos de ciencia ficción ni en los trabajos de eruditos historiadores por muy interesantes que sean, podrá hallarse una disposición fronteriza, sino, a lo sumo, una capacidad anfibia, híbrida.
Solamente en aquellos en los que vuelva a manifestarse un mundo pudiera recrearse éste, solamente en aquellos que sirviesen como médiums vehiculares de aquellas cosas, acciones y palabras que alguna vez conformaron un mundo histórico y dotaron de sentido a una época, pudiera revolucionarse nuestra era. Quizá entonces los creadores de mundos sean en definitiva los que mayormente manifiestan la disposición fronteriza. Ellos conectan con quienes alguna vez crearon mundos, tras familiarizarse con ellos, y en ello estribaría una cierta simultaneidad transhistórica, esa que resulta conservadora si no es originalmente vencida la compulsión a la repetición.
Lo nuevo, lo creativo, emerge de la nada, constituye siempre una revolución teórico-práctica de la disposición fronteriza, la cual, una vez que se ha retroalimentado y nutrido de lo que ha sucedido, sin repetirlo compulsivamente, y de su presente, es capaz de saltar; es capaz de brincar desde el presente abriendo un porvenir, aprisionando de ese modo a la eternidad en la jaula del instante. Y promoviendo así una ecología activa, un nuevo habitar en un futuro-presente.
Pues precisamente es una ecología mental, junto a una medioambiental y una social, la necesaria para poder adoptar una disposición fronteriza, esa que Félix Guattari propuso programáticamente para su ecosofía:
“El principio específico de la ecología mental reside en que su forma de abordar los Territorios existenciales depende de una lógica pre-objetal y pre-personal que evoca lo que Freud ha descrito como «proceso primario». Lógica que podría denominarse del «tercero incluido», en la que el blanco y el negro son indistintos, en la que lo bello coexiste con lo feo, el adentro con el afuera, el «buen objeto» con el malo[5]”.
El principio de no contradicción y el de tercio excluido se destruyen bajo la potencia del origen, no se encontraban aún operativos en la esfera primordial de relación, como tampoco se encontraban vigentes en los primeros asentamientos humanos, sin embargo, esa disposición fronteriza primitiva, llena de vectores de subjetivación previos al yo, ha permanecido en nosotros, individual y colectivamente, latente y emergente, a lo largo de nuestra biografía y nuestra historia. Retornando con cada revolución de lo establecido y normalizado.
La disposición fronteriza por tanto es transversal y subterránea, presente y ausente, es emergente y ocultante, estético-política y creativa. Constituye un fenómeno que aún se tiene que estudiar con mayor empeño y que quizá, comprendiéndolo mejor, pudiera llegar a servirnos para incardinarnos de un modo más nómada más nuevo en el planeta, habitándolo entonces mediante una existencia futura que ya siempre viene aconteciendo.
[1] Cicerón Disputaciones Tusculanas, V, 3,7-5,11.
[2] Peter Sloterdijk Esferas I. Burbujas. Microesferología. [1998]. 4. La clausura de la madre. Para la fundamentación de una ginecología negativa. Siruela. Madrid 2003, p.266.
[3] Sören Kierkegaard El Concepto de la Angustia. Alianza Editorial. Madrid 2007, p.135.
[4] Reiner Schürmann Le principe d’anarchie. Heidegger et la question de l’agir. [1ª ed. 1982]. Diaphanes. Paris 2013, p.204.
[5] Félix Guattari Las tres ecologías. Editorial Pre-Textos Valencia 1996, p.53.