Política y Social

La marcha del relato

Marcos Isabel Operario de lo social

A la muerte de una emancipación social, parece que solo cabe reducirla, desplazarla en todo caso para su defunción final, con un nombre propicio para el catálogo de variedades de la historia de la humanidad y sus luchas. Convertirla, con la operación académica y la jugada del espectáculo, en objeto de un eterno pasado y frenar así su materialización. Esta propuesta de un relato “en abierto”, de un continuo hacer, se le contraataca con otro, bajo el cuadro de una ficción y su especialización; no vaya a ser que la cuestión de la utopía regrese de nuevo, otra vez a comienzos de un nuevo siglo, y empiece por cuestionar las ruinas en las que estamos padeciendo nuestra vida de catálogo. En lo referente al tópos humano, y sus tránsitos, parece abundar considerablemente toda una amalgama de proyecciones y tramas en el campo del relato. Si llegamos al punto de reflexionar cómo de distópica es nuestra época, ¿no será señal precisamente de nuestra falta de agarre, de fuerza, y ya puestos de imaginación por sostener a un pensamiento que ponga en marcha esas voluntades de cambio (atareadas en su supervivencia en estos días) con las que dibujar un nuevo horizonte? Porque a veces las palabras mismas se imponen a otras, se baten en duelo permanente, cuando algunas acaban enterradas por el uso de otras, cuando su campo de liberación deviene en encierro. Hoy, en el actual tiempo sin conclusión, ¿dónde tiene cabida ese horizonte enunciado con la palabra? ¿Hacia dónde se levanta nuestra mirada cada vez que solicita auxilio en el transcurrir de esta pesadez impuesta? Mirada que parece abarcar no más campo visual que el del relato impreso o el de la pantalla [1]. Mirada, incapaz de ver más allá de la ficción, pues vivimos continuamente produciendo ficciones. Aquello que no es, señala a lo que es como apuntaba Paul Valéry.

Si nos hallamos en el terreno del relato, ¿es el relato el único destino de la palabra sin otras formas de expresión?
Ante este paisaje nuestro, sin vida proyectada en él, parece no lograr despertar este anhelo de expresión.

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Atender a esa palabra convocante, vehicular en el pensamiento y su deriva como campo de transformación, se hace sin duda necesario para poner en marcha una voluntad en potencia. Si etimológicamente la utopía se define como un lugar inexistente, como isla imaginaria, no debería suponer freno alguno para ampliar, a través de una aventura continua (precisamente por un hacer lugar la palabra), ese significado que se presta precisamente a un mayor despliegue. Porque si una puede abarcar las alas de un pensamiento por la emancipación, la otra, la distopía, planea por los textos de la ficción (conjugando siempre un tiempo futuro), instalándose en nuestra cotidianeidad sin margen de una huida a todas luces necesaria. Se encarga de tapar a un presente tan notablemente pobre, desplazado por esa representación, que persiste la creencia de que dicha miseria y empobrecimiento en nuestro medio social solo es posible en el género de la ficción, en su historia fabricada. Una sociedad del futuro en la que, o bien el conflicto está erradicado o bien es el tiempo en el que debemos fijar la esperanza de nuestros deseos. Notable operación de cierre que desemboca en parálisis para desplazar a esas otras operaciones de signo singular en combinación con un común levantamiento. Sin embargo, en la coyuntura actual, la realidad que nos apresa y atraviesa con todas sus trampas y mecanismos, hace tiempo que parece haber superado a esas historias del género distópico. Y es que en esta clase de relatos es donde se dan el mejor antídoto para frenar la acción directa, para la parada del pensamiento y su cuestionamiento, para la política con y para el otro y no para la política hecha por los medios. En definitiva, para esa puesta en marcha de otro lugar. Anular cualquier espíritu de negatividad es su especialidad, proveer de todo un repertorio de ficciones catastróficas es su cometido para producir en modo multivisión (visible para cualquier soporte, para cualquier individuo – pantalla) todo relato representado para su consumo. En el campo de la distopía representada, recreada en tanto a su máxima aspiración de neutralización, el relato construido para la pantalla, para la palabra impresa, campos todos ellos simultáneos, es donde se muestran las grandes historias de este género con un culto al entretenimiento para la gran masa portadora de un porvenir catastrófico. Un relato que presenta a una sociedad dominadora de sí, de corte realista, proyectada en un futuro (en ocasiones muy lejano), donde la libertad y el progreso están suspendidos, donde la amenaza multiplicada con su poder de impacto garantiza la formación de esta masa espectadora. Se crea al espectador con una representación a su medida y aparece un nuevo sostén cultural para amenizar la revuelta ocupando con su espectacularidad el imaginario colectivo, desplazando a una realidad social de la que se sirve para seguir maniatándola con la proyección de sus historias. La miseria presente, en sus modos de representación, deja de serlo para ocupar el tiempo del relato, para desahuciar una vida propia del individuo y hacerle creer que ya no está donde realmente se encuentra. Ahora no es protagonista de su vida, sino espectador de una trama basada en su vida social que consigue maniatar la mirada en su apogeo, en lo que inicialmente puede ofrecer el cine como escenario de imaginación desbordante para su amplitud. Nada más lejos de ese propósito, el género de ficción espolia a este sueño con otro sueño [2], aparentemente bajo su liberación, para continuar con su despliegue colonizador de unas potencias habitadas en el ser humano que han sufrido desde hace siglos semejante secuestro.
Si ya al devenir de los acontecimientos sociales (acontecimiento de cambio, de ruptura, de otro acontecimiento) le hemos impedido mostrarse tal con su condición, con su poder de convocatoria para avivar otra potencia de la que al parecer sólo planeamos en el campo del diálogo y el falso sueño, no es óbice darle el carpetazo para cuestionar a esa realidad que asoma, latente y manifiesta, y que actúa en nosotros como sus principales precursores. Esta distopía instala en cada individuo un modus vivendi en el que la transparencia de sus actos, su explotación de recursos (sea el propio lenguaje o los recursos naturales) con el sometimiento de sus poderes, nos transforma en defensores de su moral de cartón piedra falseada, llevando consigo una pobreza por ese exceso extremo donde se borran nuestras palabras por encontrarnos desvanecidos, donde la imaginación creadora (y salvadora) se va desvinculando a causa del engaño de la multiplicidad del sujeto vigilante, que hace que en lo más profundo de cada uno, ahí donde parece hallarse una verdadera (nueva) inteligencia, es donde más vigilantes nos mostramos. Allí donde se nos muestra una multiplicidad en el uso del lenguaje, en esa red panóptica del exhibicionismo y el fragmento constante, nos hace creer sentir su fuerza liberadora para en realidad mostrar una carencia en una articulación de mayor recorrido. En esta gran red arrojamos palabras no por su valor, sino por nuestra miseria y por falta de un ser capaz de estar a la altura de lo que ellas convocan.

Atrás queda la época de Vigilar y Castigar con sus panópticos. El presente supera con creces a lo que antaño el relato le auguraba como vida en peligro. El Gran Hermano no vigila a nadie porque todos damos a verlo todo. Trabajamos en nuestra proyección, en su habilidad precursora de una ficción para convertirnos en ese Gran proyector de atenciones. Esa dictadura perfecta, de apariencia democrática, como una cárcel sin muros en la cual los prisioneros no soñarían en evadirse. Un sistema de esclavitud gracias al sistema de consumo y de entretenimiento como señaló Aldous Huxley en Un mundo feliz.
Así la red – con sus redes –, caídos los muros de las ideologías, el empeño, la gran libertad, pasa por la construcción de un individuo conectado a través de su muro particular, por someter su potencial creador al perpetuo juego del exceso de sí. Ahora la carrera no está en un saber, sino en la exhibición de un exceso donde su aura no puede optar a una estancia inherente. Aquí, en este combate de presencias, la transparencia se ha hecho con su hueco. Descuelga un velo de mayor alcance donde la apariencia delimita un estado del mundo que equipara, rebajándolo, a un estado de ánimo abyecto, propio, que se da como reflejo en cada individuo. Es el sujeto objeto de su propia rotura, quien se autosatisface reafirmándose con esta explosión de sí mismo para sí mismo, haciendo uso del otro al servicio de su goce perpetuo. El perfil, el emprendimiento, la conectividad, el proyecto ilimitado producen desertores de una vida viva en una vida en modo diferido de continua retransmisión.
Si el proyecto utópico pasaba por la conciencia adquirida y presente en una clase social determinada (sin entrar a especificar cuál, es obvio que se trataba de los explotados) que promovía y apostaba por una lucha basada en la erradicación de situaciones sociales de esclavitud y sus síntomas, en el apartado de la distopía se muestra una incapacidad discursiva del sujeto, carente de sentido y de una sensibilidad en vías de extinción, que le conduce a un rol pasivo y ejecutor de su propia jaula. Jaula que no debemos entenderla como escenario en sombra y de cancelación con el exterior, sino como condición patente del proyecto actual cuyo exceso, lejos de erradicar el lenguaje, lo secuestra validándolo con una distracción en clave de excesiva atracción. Palabras sobre palabras, reacciones todas virales – que no acciones – como desgaste del sujeto-imagen con una recreación de la espectacularidad como escenario que nos somete a seguir con la reivindicación, el reclamo, y no con empezar a construir otro escenario, con apuntalar un nuevo horizonte.

Anulación de la palabra por medio de la anulación de una mirada decaída como consecuencia de su propio recargo. Tal y como se anunciaba al comienzo de este texto, ¿cómo auxiliar a una mirada cuando es víctima de semejante asalto?

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Hacer lugar la palabra va más allá del reclamo, es dejar que se exponga su voluntad creadora, que prosiga aquello que la palabra provoca con aquello que la permita ser, estirando su límite por apertura, no por temor (y no como cuerpo servil a un género determinado de escritura). En ocasiones se atraviesa el relato, hay historias que realizan una apuesta por lo directo de una experiencia sin aditivos, por una verdadera realidad. No hay exceso en el campo de la paciencia – altamente activa además – al servicio de la irregularidad en potencia. Esa, tan despierta y combativa, que solo es atendida por los desviados [3] de lo establecido, los jugadores en contra de la alienación social. Hacer lugar es poner una primera piedra en ese dis-traer con el que el relato distópico nos hace comulgar, apremiando una ceguera que se aposenta en nuestro interior. A pesar de ello, siempre han existido creyentes de lo posible, servidores de lo imposible. Siempre han asomado esos pocos que se han permitido ir más allá de pronunciar la tierra venidera, de no desfallecer para desplegar con su acción un mapa de lo imaginario. Porque esos servidores de la palabra, la encumbran con su liberación en cada acto, producen verdad en tanto bendicen el acto de hacer, crean islas donde poder albergar su destino más allá de la palabra. Hacer lugar es ampliar dicha palabra, dotarla de su inseparable don de acción continua. Aquí, no existe más relato que el creado por el ser libre de toda espera y que emprende la larga tarea de construir en lo más alto (que es en terreno profundo) una voluntad despierta. Conseguir entrar a la razón con otra razón más allá de sus mecanismos objetivables; sucumbir al trazo interior con las manos valerosas del mundo del niño que llega a adulto por la travesía del juego y su presencia. Ese niño que se hace real, deviene en Rey de su propia existencia inmerso en su selva, en su isla. No tiene un sueño, él es el sueño.

De nuevo el relato, aunque ahora fílmico y como excepción, como muestra de una real aventura en donde el secuestro ejercido por la trama deja paso a una lección de auténtica vida en marcha. En el año 2013, el director catalán Jordi Morató pudo disfrutar y ser testigo de cada tesoro hecho por las manos de este Rey de la infancia. Cuando el cine invita a semejante sueño materializado (que es uno de sus principales cometidos) conduce a cada uno de sus espectadores a reclamar el suyo propio. ¿Su consecuencia? Su recuerdo y la urgente tarea de ponerse en marcha. Sobre la Marxa [4], título de la cinta, hace honor a ese desplegar poderes, a un camino intenso con toda la fuerza poseedora en personas tan “comunes” como Garrel, el protagonista por el que se despliega este poder de una naturaleza conservadora de los más altos sueños. Sobre la marcha, la singular marcha de Garrel, es el lugar de la acción poética para una nueva poesis de la vida. Lugar de invención, que no de reclamo, pues aquí nadie se autoproclama artista de nada. Es el lugar, su comienzo y su andadura, para señalar en todo mapa los nuevos deseos, allí donde su utopía cobra cuerpo y se sueltan amarras en pos de la conquista de un nuevo hogar. Hogar del Rey peregrino, cartógrafo de nuevos territorios donde sólo se puede obrar en un lugar cuando se ha producido un nuevo obrar en uno. Hogar del elemento de vida (uno entre ellos) como elemento cenizo que crea vida por destrucción embrionaria. El rey del fuego, como se reclama, hace suya la amenaza de este para asaltar de nuevo las más encendidas pasiones. Las realiza por expresión que no por costumbre, consenso o conveniencia. Las realiza por obra de un sentimiento intenso empujado por sus potencias, conducido por sus irrenunciables marchas.

Al nuevo hogar en su apogeo, la vida se impone como posible en toda su grandiosidad. Una vida tal es el hogar que la reclama por su enunciación, pues la cobija con un empeño único. Un lugar sobre la marcha, con su vehemencia y sus corrientes donde el hacer poético revela el camino, imprime en el individuo lo que allí debajo de sí, en esas raíces listas para su nacimiento, esperan luz nueva para aprehender nuevas correspondencias. A las puertas de semejante despliegue, se supera el relato, la palabra no solo invoca, pues es acción porque es sentir, es amar porque se permite ser y se hace presencia porque al mismo tiempo nos dona un nuevo lenguaje señalado en las rocas y que apunta al cielo. Aquí late el despliegue del individuo no sometido más que al dictado de su impulso de vida. Como afirmó Paul Valéry [5], todas las cosas preciosas que se encuentran en la tierra, el oro, los diamantes, las piedras que serán talladas, se encuentran diseminadas, sembradas, avaramente ocultas en una porción de roca o de arena, donde a veces las descubre el azar. Esas riquezas no serían nada sin el trabajo humano que las retira de la noche tosca en las que dormían. Esas parcelas de metal retenidas en una materia informe, esos cristales de curioso aspecto. Un trabajo de esta clase es el que realiza el auténtico poeta.

Un auténtico trabajo de este calibre, de esos castillos que muchos nos atrevemos a tan solo construir en la arena de una playa, señalan la dirección de ese horizonte al que poder aspirar para dejar atrás todo escenario ficticio que no esté a la altura de nuestros deseos. Un deseo íntimamente dependiente de nuestro trabajo como animales de la creación y también como hombres de la ensoñación. Tal vez, esta primera luz proyectada, pueda iluminar un primer horizonte al que fijar nuestra mirada y procurar ensoñarnos con él para ir haciendo camino. Para, como dice en un momento de la película Garrel, vivir en un mundo que no existe.


NOTAS:
[1] Se pueden encontrar diversos textos, diferente literatura en torno a la utopía en la publicación de Raymond Trousson, en su Historia de la literatura utópica, viajes a países inexistentes (Península, Barcelona, 1995). En el género de la distopía son varios los títulos tanto en el relato escrito como en el relato cinematográfico. A continuación unos pocos ejemplos. Un mundo feliz (1932) de Aldous Huxley, Fahreinheit 451 (1953) de Ray Bradbury, 1984 (1949) de George Orwell, Desafío Total (1990) película dirigida por Paul Verhoeven basada en el relato Podemos recordarlo todo por usted (1966) escrito por Philip K Dick.

[2] Son varios los relatos en los que la presencia, y sobre todo la intervención a través del sueño, han querido mostrar un método, y un reduccionismo en mi opinión, para estar al servicio siempre del control y “el buen hacer” del individuo para un mejor desarrollo en su vida social. Se pueden nombrar algunos ejemplos como la Hipnopedia (la educación a través del sueño) empleada por Aldous Huxley en su novela Un Mundo feliz (1932) al igual que el empleo mercantil que se realiza en la película dirigida por Paul Verhoeven, Desafío Total (1990), en la que el protagonista, cansado de su vida, decide acudir a los servicios de una empresa para vivir una aventura totalmente recreada.

[3] A título personal, se recomienda Los inspirados del borde del mar (Ed. El Ojo de Buey, Madrid, 2016) de Lurdes Martínez, miembro del Grupo Surrealista de Madrid. Pequeña publicación sobre los vestigios de la creatividad anónima.

[4] Sobre la Marxa (El inventor de la selva). Película documental dirigida en 2013 por Jordi Morató que cuenta la historia de Garrel, más conocido como el “Tarzán de Argelaguer” que durante muchos años estuvo construyendo (y destruyendo) una selva propia situada al lado de la autopista. El título de la película hace honor a un lema del propio protagonista que resume todo su hacer: Ir haciendo sobre la marcha.

[5] Teoría estética y poética (Ed. La balsa de la Medusa, Madrid, 2009), de Paul Valéry (1871 – 1945). Escritor, pensador, poeta y ensayista francés. Son muchas las obras a destacar de este autor en el campo de la reflexión y el pensamiento, así como en lo referente a la poesía. En la obra mencionada, Teoría estética y poética se recogen a través de ensayos y conferencias algunas reflexiones del pensador en torno a la cuestión de la poesía, la danza y otras nociones generales del arte.

Política y Social

Marcos Isabel

Operario de lo social

Vive, y deja vivir, en Madrid. Collagista en la vigilia, cosecha fotografías para los sueños. De momento trabaja en el campo de lo social como operario. Amante de lo irregular.