Muchos reflexionamos sobre las fronteras, sobre sus significados, su presencia, su valor simbólico y un largo etcétera de sentidos que conectan con aquellos intangibles de los que las fronteras se vuelven su mejor emblema. Sin embargo, pocos pueden contar de la auténtica experiencia que es atravesarlas, allí donde estas no forman parte de ningún imaginario turístico y donde uno rara vez es bienvenido.
Armel Nya Tankoua es uno de esas pocas personas cuyo testimonio sobre las fronteras es el discurso cristalizado de un viaje que casi le cuesta su propia vida. Así sucedió, a lo largo de un viaje de dos años que comenzó en Camerún y que le condujo hasta España a lo largo del desierto y de sus más íntimos aprendizajes.
Coencuentros ha querido contar con sus palabras, sabedores de que en ellas se halla contenido el saber inapelable que sigue a una experiencia de la que volvió convertido en otro.
En este artículo se aborda el tema las fronteras incluyendo un significado más allá de las físicas, como el espacio desde donde el ser humano se relaciona con todo aquello que se encuentra fuera de sí mismo. Las raíces serán, pues, ese espacio interior desde donde brotan y nacen nuestras respuestas a las interpelaciones de las fronteras. Se recorre un camino desde la raíz a la frontera de la mano de la experiencia migratoria de Armel Nya Tankoua.
Cuando Armel habla de las raíces y de las fronteras, habla de un viaje de Camerún a España, pero también habla de un proceso de ida y vuelta, o quizás en espiral, de crecimiento interior. Es como si Armel hubiera tenido que pasar varias veces por el mismo sitio para poder verse a sí mismo desde todos sus ángulos. Si fuera una película estaría cargada de flashbacks.
Armel habla de las enseñanzas en sus orígenes y de su hermano (ya fallecido), Djassouaga Tomi (Guyzo). Tras el fallecimiento de un abuelo de su pueblo, Armel se había comportado de manera chulesca y su hermano le dijo: «Si rechazas a tu abuelo te rechazas a ti mismo». En aquel momento no le hizo mucho caso pero, años después, valora esas palabras.
Armel se había puesto la ropa del fallecido como si de un trofeo se tratara para sobresalir en la manada. «Me comporté como un nya». El nombre familiar de Armel es Nya, que en su lengua significa búfalo. «El búfalo es un animal que va encarando siempre, nunca rehúye y yo, cuanto más grande es el reto, más me empeño».
Según Armel, esa era su forma de ser antes de salir de Camerún, orgulloso y terco y, probablemente, esa fue una de las razones que le ayudaron a salir pero también fue uno de los condicionantes de los que ha necesitado liberarse para poder crecer. Armel viajó durante años sufriendo todo tipo de violencia para poder llegar a España. No era su idea inicial llegar aquí pero al final, así fue.
Uno de los momentos más duros que tuvo que afrontar fue ver morir a su amigo en el desierto y, pocos pasos después, caer rendido, convencido de que él también iba a morir. Por fortuna, unos tuaregs lo encontraron y lo llevaron a una base militar en Níger donde se repuso. Allí en el desierto, mientras trataba de recordar la cara del tuareg que le salvó, sintió descubrir un nuevo rostro de Dios. Un Dios salvador que no le abandonó cuando ya se creía muerto. Quizás este momento fue, para Armel, el momento en que empezó el viaje hacia sí mismo. Es posible que cada uno de los minutos del viaje fuera clave para su proceso.
Armel y algunos más decidieron irse a Rabat a ver si podían montar una asociación que les reconociera ya que ni su propia embajada les reconocía. Y la montaron, Adescam (asociación de cameruneses de Marruecos…). Cuenta Armel que, para darse a conocer, iban a la catedral de Rabat para hablar unos minutos antes de empezar la misa.
Esperando al párroco, que estaba ocupado, se sentó en un banco y brotaron en él la necesidad y las ganas de confesarse. Y lo hizo con tal fuerza que le contó su vida entera al cura, su infancia, sus sueños, por qué vivía… La respuesta del cura se le grabó en el alma: «Lo único que puedo decirte es que vuelvas a tu casa y seas coherente contigo mismo. Haz cada día lo que pidas en tu oración de la noche».
En ese momento no descubrió la profundidad de sus palabras, hacía ya tres años que había salido de casa y se sentía vacío. Quería volver y continuar su vida. Pero tuvo dos conversaciones y dos plegarias que le ayudaron a darse cuenta de por dónde seguía el camino que le iba a llevar hacia sí mismo. La primera fue una conversación telefónica con su madre. Cuando Armel le dijo «estoy cansado, vuelvo», su madre le dijo «Armel, estoy lejos de imaginar lo que estás viviendo, si estás así seguro que es muy difícil, pero tienes que saber que tu padre quería enviarte a Europa».
La segunda fue con su hermano pequeño «Si tú no lo consigues, nadie lo conseguirá». Armel estaba agotado y no encontraba la fuerza. Después de estas conversaciones llegó a su habitación y cayó de rodillas al suelo, vencido, rendido, perdido, vacío. Miró al techo pidiendo ayuda a su hermano y le vinieron sus palabras «Eres el sol de esta familia, hasta que no brilles la familia no verá la luz y, para que tú brilles, te tienes que reconciliar con tu pasado».
También pidió a su padre, ya fallecido, «Papá, mamá me ha dicho que tú querías enviarme a Europa. Ayúdame, ¿por qué me dejas tirado? Sé que no fui un niño fácil, perdóname. He robado por necesidad pero si me ayudas te prometo que no volveré a robar». Y a Dios le dijo: «Aquí estoy delante de ti. No me queda nada, lo he dado todo, enséñame el camino. Si quieres que siga dame una señal, pero si no, no me dejes aquí abandonado. Tú conoces mi corazón, ayúdame». Llorando, desesperado y sin entender nada, «si esto es por culpa de mis antepasados castígalos».
Dice Armel que al acabar durmió como nunca y soñó. Soñó que estaba en una habitación y la gente entraba. Era gente que no conocía pero que sabía que salía de sus entrañas. En su sueño una voz dijo: «Nya, ¿qué haces ahí dormido?, levántate y sigue tu camino». Cuando se despertó les dijo a sus amigos. «Mis antepasados me han indicado mi camino”. Y en su oración a su padre le prometió: «Papá, no volveré a robar, ganaré mi pan dignamente».
A partir de ahí, Armel mendigaba para sobrevivir. La vida en Marruecos para un subsahariano no es nada fácil, el trabajo escasea y las condiciones de vida son durísimas. Muchas veces, la única salida es el pillaje. Pero Armel decidió que nunca más tocaría nada que no fuera suyo, y la única salida que tuvo fue mendigar.
Y vino la señal; estando mendigando en Tetuán, una mujer marroquí se le acercó y le ofreció unos flotadores que tenía en casa. Armel sintió que, si su camino se lo había indicado su padre, se lo estaba confirmando el Señor. Y, con esa convicción, se volvió a meter en el agua con su amigo Lucien. Se desmayó dentro del agua y pidió auxilio. Los recogió la Guardia Civil y, esta vez, en lugar de devolverles a Marruecos como hacían continuamente, los desembarcaron en Ceuta.
Ahora, Armel mira hacia atrás y se da cuenta de muchas cosas. Se da cuenta de que necesitó salir de su país para encontrarse consigo mismo. Se da cuenta de que cuando somos tercos no somos capaces de mirar a los corazones y, sin embargo, cuando nos rendimos, conectamos con lo más profundo de nuestro interior que es Dios mismo, y entonces, solo entonces, somos capaces de confiar en la Vida con mayúsculas.
Armel se da cuenta de que en su pueblo, como en todos, siguen siendo esclavos de su pasado. No habiendo sufrido la época de la esclavitud, su generación sigue sintiendo ese sufrimiento de sus padres. Prueba de ello es que se quieren parecer a los occidentales y que no creen legítimas sus verdades si Occidente no se las valida. Tanto en Occidente como en el Magreb y muchos otros lugares del planeta, muchas personas siguen padeciendo el complejo de inferioridad por cuestiones de raza, religión o género, lo cual ha dañado y sigue causando daño a la humanidad.
Se da cuenta de que las fronteras son muchas veces tapaderas de debilidades conscientes e inconscientes que queremos esconder, que las fronteras físicas (las más visibles) no protegen, ni aseguran, sino que aíslan, excluyen, vulneran y destruyen.
Cuando Armel mira hacia atrás se ve como un búfalo dándose cabezazos contra un muro, como una rama separada de su árbol y se da cuenta de que ese no es el camino. Si rechazas a tus padres te rechazas a ti. Para ser una persona íntegra hay que tomarse a sí mismo por entero. Y eso significa reconciliarse con el propio pasado, reconocerse parte de un gran árbol del que necesitas nutrirte. Se da cuenta de que para crecer hay que beber de las propias raíces, reconocerlas y honrarlas y, una vez sabes quién eres, dónde estás y de dónde vienes, es cuando puedes decidir hacia dónde quieres ir.
Por último, Armel se da cuenta de que en los límites y en las fronteras también hay esperanza. Que vivido con paz, serenidad y coherencia es fuente de crecimiento, madurez y mucho más. En todo su camino él ha encontrado siempre a alguien que, de alguna forma, le ha tendido una mano y le ha indicado la salida. Pero, lo más importante para él es que, desde que vive sus límites y fronteras con serenidad, su paz se ha ido haciendo más profunda y su camino más directo.
Armel ha hecho un viaje de ida y vuelta en el que su vida se convierte en un himno de agradecimiento a la sencillez y a la bondad de la humanidad y a ese Dios que habita en los corazones de todos los hombres y que aparece con toda su fuerza cuando el hombre deja de necesitar estar en primera fila. Cuando somos capaces de recibir con agradecimiento, como recibe un mendigo, que lo espera todo sin esperar nada.
Imágen de Ana Barberá Durbán
Grabado Calcográfico estampado con papeles de seda.
Prueba de Artista (P/A) 32×25 cm.