Literatura

Los puentes y las puertas de la Patagonia

Victoria Gerber Politóloga

“No somos del todo libres si no tenemos la posibilidad de elegir abrir la puerta.”

Georg Simmel

Vengo de un lugar tan inhóspito que allí la frontera, como concepto geográfico-territorial, llegó tarde, tardísimo. Era 1865 y todavía no se sabía nada de ella. El Estado argentino no quería hacer demasiados esfuerzos más allá del Río Negro porque ¿Para qué? Si ahí no había nada importante, solo tierra seca y estéril, y un grupo de indios de orgullo inexpugnable.

En esos días llegó un pequeño grupo de colonos a las costas del Golfo. Navegaron dos meses y medio para encontrar el aislamiento territorial que necesitaban, y fundar una “Nueva Gales”, lejos del acoso de los vecinos ingleses que les imponían idioma y religión. El Gobierno Nacional les ofreció esas tierras de las que jamás había podido apropiarse, con la condición de hacerlas producir y civilizar la región.

Los galeses se encontraron con las dos primeras fronteras de su historia en la Patagonia. La primera, que ya había civilización en la zona, los pueblos tehuelches y mapuches, con quienes lograron entenderse muy bien y establecer rápidamente lazos comerciales y culturales que les permitieron sobrevivir. La segunda, la frontera natural, ya que no era nada sencillo cultivar en esas tierras áridas. Fue la idea de una mujer, Rachel Jenkins, lo que les permitió, a través de canales de riego alimentados por el Río Chubut, crear un Valle y generar los primeros productos locales para autoabastecimiento y comercio. La construcción de estos dos grandes puentes, despojándose de prejuicios raciales y patriarcales, fue vital para el desarrollo de la Colonia.

Una década más tarde, la no tan vacía Patagonia despertó el interés de Buenos Aires. Había que expandir el territorio para alimentar el sistema económico agroexportador. Con la campaña militar Conquista del Desierto, el Estado argentino logró ocupar las tierras al sur de La Pampa, con fuego y con sangre, exterminando a las poblaciones originarias para tomar el control del territorio, o subyugándolas para usarlas de servidumbre.

Las dialécticas generadas en estas historias de convivencias y guerras nos siguen atravesando a quienes nos hemos criado allí. Ésta es la forma en la que aprendimos, en palabras del sociólogo Georg Simmel, que lo uno se define por la presuposición de lo otro. Todos nuestros desafíos actuales pueden analizarse en el posicionamiento frente a Otro, al que no-es-yo. Grandes terratenientes extranjeros frente a pueblos originarios que reclaman sus tierras ancestrales. Multinacionales mega-mineras y petroleras, frente a ciudadanos ambientalistas. Patagónicos nacidos y criados en la región, frente a recién llegados. Blancos y ricos del centro frente a indios y pobres de la periferia.

Sin embargo, estos muros que edificamos para identificarnos no pueden concebirse si no instalamos también al menos una puerta. Porque a esta necesidad de separarnos para definirnos, la acompaña indefectiblemente la de encontrarnos. Para eso nos narramos, construimos relatos sobre nuestra existencia para ponernos en presencia de otros. Este imperativo ya no es de supervivencia, como en el caso de los puentes, sino que es puramente espiritual y humano.

Así fuimos trazando una idea de la Patagonia, una serie de imágenes como la tierra del “Fin del mundo”, de la región lejana, desolada pero a la vez repleta de personajes extraños: aventureros, bandidos, artistas. Construimos exagerados relatos sobre lo exótico de nuestro hogar, decimos con orgullo que somos “de allá lejos”. Pero, paradójicamente, nos narramos así para encontrarnos con los otros, para explicarle a los demás quiénes somos. Además, estos mitos trascienden nuestros propios antagonismos, nos homogeneizamos como una estrategia lógica en nuestra construcción identitaria. Cada viajero que llega un día, para pasear o para quedarse, elige qué elementos de esos relatos tomará para construirse su propia experiencia de lo patagónico. Una vez que halle esa identidad, casa o refugio, con sus límites bien definidos, inmediatamente sobrevendrá la urgencia de comunicarlo, de anunciar que ese fin del mundo es también parte del mundo.

Hace ya bastante tiempo que me fui del Sur, y me resulta cotidiano observar y también exponerme a la mirada de otros. Me pregunto siempre cuáles de todos esos elementos debo tomar como signo de identidad, y nunca formulo la misma respuesta. Cada vez que me preguntan de dónde vengo, por más banal que sea la conversación, antes de contestar hay siempre un instante de duda. Una puerta sin llave para unir subjetivamente el acá del allá. Descubrirme, de nuevo en palabras de Simmel, como “un ser fronterizo que no tiene ninguna frontera”, alivia ese peso de tener que definirme.

En  pocos días voy a cumplir un año en Madrid. Los primeros días en cualquier lugar nuevo, aunque estén llenos de ilusión, siempre son difíciles. Al poco tiempo de llegar tuve una experiencia que me impactó, y que todavía hoy me resulta muy difícil de comprender.

Había sido convocada para una entrevista de trabajo grupal en una empresa de seguros. Éramos unas diez personas, y todos conversaban animadamente para quitarse el estrés y la tensión del momento. Hablaban de sus experiencias como desempleados, de las malas condiciones que ofrece el mercado laboral, de contratos, leyes y todo tipo de datos que yo no entendía en absoluto. Todos coincidían en la sensación de que la cosa está mal. Me preguntaba si en alguna parte del mundo la cosa está bien, y ese desánimo compartido me generó cierto sentido de pertenencia.  De todas formas, recién llegada, todavía no me creía capaz de intervenir en una conversación así. Me veía rodeada de otros, de extraños, pero al mismo tiempo me unía a ellos el compartir las mismas circunstancias y dificultades.

A los pocos minutos llegó la encargada de Recursos Humanos de la empresa. Mientras explicaba las características del puesto ofrecido, detecté algo en su forma de hablar que me intrigaba, pero no podía definir qué era. Cuando llegó mi turno de presentarme, apenas terminé de decir mi nombre, me interrumpió abruptamente la pregunta de la entrevistadora, con una mirada interpelante: “¿Hace mucho que llegaste?”. “Llegaste”, dijo, para revelar que lo que tanto me intrigaba era un mal escondido acento rioplatense. Le contesté que sí con una sonrisa, respondiendo no solo a la pregunta sino a la complicidad de encontrarme con alguien “de allá”. “Lo bien que hiciste”, me clavó en medio del pecho, para dejarme de piedra.

Mi sorpresa deriva, seguramente, de haber confundido un signo de identidad, en este caso lingüístico, con un encuentro. No me es ajena su intención, con ese comentario, de generar una aproximación poniendo en relieve una mínima similitud entre nuestras historias personales. Pero lo cierto es que esa intervención me resultó avasallante, y no hizo más que posicionarnos en veredas opuestas. Porque es cierto que la presuposición del otro es necesaria para definirnos, pero una cosa es presuponer y otra muy diferente es determinar, marcar límites fijos a partir de premisas inamovibles. Ante su mirada, yo no podía ser otra cosa que alguien en búsqueda de un destino inalterable, que huye desde un lugar indigno. Así no hay encuentro posible, solo hay un reconocimiento de la azarosa circunstancia de haber nacido bajo la misma bandera.

Como los colonos de la Patagonia, para sobrevivir, pero también para desarrollarnos como humanos, tenemos que despojarnos de todo tipo de prejuicios sobre nuestros vecinos y sobre nosotros mismos. Acerquémonos a los límites. Construyamos puentes para encontrarnos, para converger. Observemos al otro,  no para descubrirlo, como si hubiese estado oculto y en la oscuridad hasta que es revelado por nuestra mirada. Sino para re-unirnos. Pero, además, abramos puertas, narrémonos para ser, al mismo tiempo, observados. Son las únicas experiencias de la frontera con las que podemos enriquecernos y crecer.

 

Webgrafía:

Simmel, Georg. Puente y puerta.

https://laasociacion.files.wordpress.com/2013/05/simmel_1_libro-_puente_y_puerta-1.pdf

Literatura

Fotografía Inés de Anselme

Victoria Gerber

Politóloga

Estudiante de cine, fotografía y vídeo político y social. Náufraga patagónica anclada ocasionalmente en Madrid.

    Un pensamiento en “Los puentes y las puertas de la Patagonia

    1. Versionada Piaf ayer noche en Buenos Aires…cruzan el oceano resonantes palabras de un escrito que se sumerge, resurge, vuela. Trae consigo otra lengua, expropia la mia, simultaneamente. Otro escenario donde lo posible de las posibilidades emerge: las fronteras imaginan puentes que a otros se abren… libremente. Horizontes nuevos reescribiendo en las palabras mismas arcos, donde, eventualmente!, asoma el otro lado. Un dia oi: no es lo mismo abrir una puerta que atravezarla! Una e-leccion de elegir y encontrar mundo al fin!
      Gracias por la oportunidad de leer “Los puentes y las puertas de la Patagonia”.

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