En el cruce entre las nuevas tecnologías y el sujeto contemporáneo se impone rápidamente el uso de la foto como medio de expresión. Diríamos que es un uso novedoso, en el sentido de promover la primacía de la imagen sobre la palabra. Pero la actualidad ofrece una torsión más, nuestras imágenes fragmentadas del cuerpo copan la escena. Las selfies, con su recorte corporal, reformulan el modo de comunicar. Caras, pechos y todo tipo de trozos circulan por el ciberespacio alojados en la red.
¿De qué nos habla este fenómeno?
Por supuesto que podemos pensar muchas explicaciones. Una posible es reconocer en este fenómeno el júbilo de la captura imaginaria como su máxima expresión. El placer de vernos y el goce añadido que otorga, genera un despliegue permanente. Pero ya no basta con tomar una foto a un paisaje, un evento, un espectáculo, un artista; eso no vale nada si el yo no está incluido. Ya no se puede compartir una experiencia -como puede ser cualquier actividad de la vida cotidiana- si no es a través de una foto del self.
Lanzo una hipótesis. La selfie puede ser entendida como el retorno del deseo de captura y retención de la vida, una defensa a lo que en psicoanálisis entendemos por castración. Un modo de evitar toda pérdida, en tanto fusiona recuerdo, imagen, instante y le otorga la ilusión de eternidad. Presencia continua de un yo estuve ahí y dejo un testimonio de(l) Ello. Pero sabemos el contrapunto de esta ilusión, estas imágenes no perduran y están destinadas al desecho, irse al tacho de la basura lo más rápido posible.
Ese paso de objeto agalmático hacia objeto de desecho nos recuerda lo que Lacan llamó objeto @. Objeto causa de deseo y objeto primordial de goce. A los objetos de la pulsión propuestos por Freud (oral, anal, fálico), Lacan aporta otros dos, mirada y voz. Estos objetos pulsionales tienen ciertas particularidades que nos puede ayudar a pensar el fenómeno selfie más allá del imperio de la imagen posmoderno.
Lacan reconoce el rol de la demanda como punto clave en la dinámica pulsional (S <>D), es decir, la relación de la pulsión con sus objetos está mediado por la palabra y la demanda que se hace de ellos por medio del significante.
Ambos objetos cumplen con la particularidad de estar al filo de la demanda. Es decir, ser introducidos casi sin haber sido demandados. Podríamos pensar previo a la represión primera, antes de ese momento inaugural. Somos mirados (pulsión escópica) y somos hablados (pulsión invocante) antes de demandar aquello. Estos objetos son introducidos precozmente,diríamos, y por otra parte, nunca resignados con facilidad. Para Lacan el objeto debe caer para poder ser instalado en el campo del deseo, es decir, debe ser entregado al campo del Otro, resignado o perdido. Ambos objetos dan cuenta de su dificultad de cesión. ¿Podría ser porque son instalados de un modo diferente a los objetos freudianos?¿ su entrada hasta cierto punto independiente de la demanda no implica una dificultad en la resignación?¿la castración opera del mismo modo sobre estos objetos que sobre lo oral, anal y lo fálico?
Da la casualidad que ambos objetos son los que retornan particularmente en la Psicosis. Las alucinaciones auditivas y la mirada persecutoria se ubican en un lugar privilegiado en la locura. Esto nos obliga a pensar el lugar especial que tiene la mirada y la voz en la economía libidinal, donde la imagen del Otro nos rescata de la falta en ser.
Volviendo a nuestro tema, la selfie podemos ubicarla en sintonía con el objeto mirada. Tanto en su forma activa –mirar- y pasiva -ser mirado-, se juega una satisfacción de otro orden. Quizás la dificultad de resignar este objeto se anuda en la actualidad al imperio de la imagen y la fascinación por este “nuevo lenguaje comunicativo”.
Esto explicaría su extendido y tiránico uso, en tanto no obedece al campo del intercambio, del don, del compartir. Este campo supone que el objeto ha sido resignado y se ha generado un vacío para su circulación. Pero el uso de este tipo de fotos corresponde más bien al esfuerzo de retención y obturación de un vacío. Dadas las cualidades del objeto en cuestión, es concordante con el uso actual de la selfie.
Este punto de vista supone reconocer una satisfacción de otro nivel en juego. No el placer de compartir otorgando una imagen al campo del Otro, al campo del deseo, sino la búsqueda de satisfacción de la pulsión acéfala.
No importa en este sentido lo que se comparte. Lo importante es que Yo estoy en Ello. Mi imagen del cuerpo fragmentado aflora como prioritario, lo cual puede (o no) ser acompañado de un paisaje, un lugar, un evento, todo lo cual es supletorio.
La selfie de este modo ofrece una nueva vía para viejas verdades. La exigencia de satisfacción se impone y da igual la manera que elijamos para cumplir. La pulsión siempre se satisface, señalaba sabiamente Freud. El uso extendido de la selfie interroga el estatuto de esta imagen. La fascinación que provoca podemos encontrarla en la atracción de la imagen que comentábamos al principio. Pero al mismo tiempo permite una vuelta a la imagen fragmentada del cuerpo desmembrado originario, cuerpo de la pulsión por esencia. En esa cara, pecho, o detalle parecería poder retenerse el objeto mirada, taponeando su pérdida. Ver mi self (mí mismo)ofrece a la pulsión escópica un objeto originario, fragmentado, parcial, cercano a lo real que intentamos recomponer con la imagen total restitutiva que formamos (las formas globales de la gestal). Ofrece ante la homogenización del registro imaginario, un retorno ominoso de la imagen en su estado anterior. Retiene aquella parte necesaria de ofrecer para poder mirar. Me veo y no veo nada más, parecería.
En definitiva, los gadgets tecnológicos no hacen más que ofrecer un camino para el Ello. Habrá que ver si al modo de un efecto de sorpresa, contingente e inesperado, retornan las fotos familiares o los paisajes bucólicos. Aunque nada de esto garantiza tampoco que se ofrezca otra vía para verme a mí mismo (self) en todo momento y todo lugar de otro modo. Pues hoy la imagen es todo….