Aunque últimamente se hable mucho de él y pueda parecer que es un método innovador y revolucionario de la medición de la presencia femenina en cine, televisión e incluso en comics, el Test de Bechdel no es nuevo. Este famoso test adopta el nombre de la dibujante Alison Bechdel, una prolífica historietista estadounidense que entre 1983 y 2008 publicó una tira cómica titulada Unas lesbianas de cuidado. En ella su alter ego analiza las complejidades de las relaciones lésbicas, así como los estereotipos en torno a ellas. Dentro de esa serie de cómics en 1985 se publicó una tira llamada The Rule, en la que uno de los personajes dice que, para que ella acepte ver una película, tiene que cumplir tres requisitos fundamentales:
- Que tenga al menos dos personajes femeninos y que conozcamos sus nombres.
- Esos personajes femeninos interactúen en algún momento.
- En la conversación tienen que hablar de algo más que no sea un hombre.
Parece fácil de cumplir, ¿verdad? Pues la lista de series y películas que no los cumplen es bastante larga. No voy a extenderme demasiado, pero por citar algunas, estarían Café society, Desayuno con diamantes, la saga de James Bond, Cuando Harry conoció a Sally o Spotlight. La web Bechdel Test ofrece una lista bastante exhaustiva, argumentada y con posibilidad de ser rebatida por los usuarios. Seguro que os sorprende encontrar algunos de vuestros títulos de cabecera incluidos entre los que no pasan el test.
Si bien es cierto que el origen de este test es un tira cómica cuya intención es poner de manifiesto la brecha de género existente –entonces y ahora- y que no nace con un objetivo científico ni pretende convertirse en modelo ni patrón de nada, mucha gentes lo utiliza como filtro definitivo y, lo que es peor, de manera errónea. Esto es, se habla de series o películas feministas si lo cumplen, cuando no es para nada el objetivo. Lo único que se pretende es mostrar la presencia (o ausencia) femenina en pantalla, pero eso no implica que esos personajes sean o no feministas.
Ilustremos este argumento con un ejemplo de película protagonizada por una mujer y que no cumple el test. En la aclamada y multipremiada Elle (Paul Verhoeven, 2016) nos encontramos con una inmensa Isabelle Huppert en la piel de Michèle, una mujer que, nada más empezar la película, sufre una violación. La elección de este film no es casualidad, evidentemente. Con críticas antagónicas que la catalogan de fenómeno post-feminista o de aberración vomitiva fruto del heteropatriarcado, si algo hay que concederle a Elle, es que no ha dejado indiferente a nadie. Personalmente me posiciono del lado de los que piensan que Elle utiliza algo tan violento como una violación y la reacción de la víctima para hacer una denuncia social.
Esto es, contra todo pronóstico Michèle no se hunde tras un hecho dramático como es la violación en tu propia casa, ni se rebela y decide ir en busca de su agresor cueste lo que cueste para vengarse. No, Michèle decide seguir con su vida casi como si nada hubiera pasado. Habla con sus amigos del tema como si fuera una anécdota más y provoca encuentros con su agresor –que, como en muchos casos, es alguien de su entorno- y termina por obtener cierto placer morboso en sus encuentros. Antes de nada hay que enfatizar el hecho de que se trata de una comedia. Negra y retorcida, cierto, pero una comedia. Michèle no es la abanderada de nada, no representa a la mujer como conjunto y no pretende mostrar las consecuencias emocionales que provoca una violación. Desde mi humilde punto de vista, que quizás sea erróneo, la actitud de Michèle es la de la lucha contra el heteropatriarcado tan presente en su vida. Ya sea por la agresión que sufre, el acoso laboral o el machismo imperante en el negocio que dirige, (una empresa de videojuegos) un mundo originalmente creado por y para los hombres que, por suerte, ha ido evolucionando.
Además del machismo más que evidente que la rodea, Michèle vive en un barrio burgués en el que la falsedad está a la orden del día. Los trapos sucios se lavan en casa y, en el caso de la protagonista, con más razón, ya que desde pequeña sabe lo que es la exposición mediática. No quiere estar en boca de todos, ni ser cuestionada o criticada, así que decide no denunciar los hechos e intentar seguir adelante con su vida. Esto, le pese a quien le pese, es algo que sucede en la vida real. Muchas mujeres deciden no denunciar a sus agresores por miedo a que su historia sea puesta en duda, o a enfrentarse a preguntas del tipo ¿qué llevabas puesto? ¿seguro que no lo provocaste? Y un largo etcétera. Sea como sea, y a pesar de no superar el test, los personajes femeninos de Elle son más fuertes que los masculinos y es indudable que el planteamiento de la película busca la reacción del espectador, hacerlo reflexionar, y el posicionamiento que éste adopte dependerá de las gafas con las que lo mire.
Una pega que yo le encuentro a Elle es que, a pesar de que Isabelle Huppert dice haber tenido total libertad para construir su personaje y darle así la perspectiva femenina, no deja de estar dirigida por un hombre y, por tanto, enfocada desde su punto de vista. Más allá de cumplir o no el test, que tanto mejor si lo hace, si nos fijamos en las series o películas con personajes femeninos no sólo fuertes, sino bien construidos, realistas y alejados de los clichés habituales, la mayoría, por no decir todos, están dirigidas por mujeres. Y esa es la clave de todo desde mi punto de vista.
Una nueva generación de creadoras
A pesar de que existen directoras de cine que han hecho proyectos interesantes en los últimos años, como por ejemplo Rebecca Miller (Maggie’s Plan), Catherine Corsini (La Belle Saison), Maren Ade (Toni Erdmann,) Mia Hansen-Løve (L’avenir) o Andrea Arnold (American Honey), son sin duda algunas las guionistas y productoras televisivas las que más ruido han hecho.
No puedo no empezar por Shonda Rhimes, que no sólo está detrás de tres de las series más influyentes (al menos en términos de audiencia) de los últimos años: Grey’s Anatomy, How To Get Away With Murder y Scandal, sino que ha sido de las primeras en crear un imperio televisivo, teniendo incluso una noche a la semana reservado para sus series. Mientras que Grey’s anatomy tiene un reparto más coral –liderado por la doctora Grey- HTGAWM y Scandal están protagonizadas por dos mujeres afroamericanas muy influyentes en sus respectivas profesiones.
La clave de estos personajes, además de que no dependen económicamente de nadie y que provienen de distintos entornos sociales, es que son mujeres imperfectas. No se espera de ellas que alcancen la perfección en ningún ámbito de su vida, son responsables de sus decisiones y asumen las consecuencias de sus actos. En los tres casos sus carreras se anteponen a la familia, lo que les provoca dilemas morales sobre el rol de cada miembro de la pareja o el cuidado de los hijos. Mujeres que, aunque personajes de ficción en ocasiones llevados al extremo, representan a la mujer del siglo XXI.
Afortunadamente Shonda no está sola. Allá por 2005, poco después del estreno de Grey’s anatomy, llegaba a las pantallas estadounidenses otra serie que, si bien tuvo menos impacto a este lado del charco, ha marcado un antes y un después en el mundo de las series. Me refiero por supuesto a Weeds, de Jenji Kohan. ¿Y por qué ha sido tan importante? Pues porque la protagonista, Nancy Botwin -encarnada por Mary-Louise Parker-, utilizaba la excusa de sacar adelante a sus hijos para justificar frente a su familia, frente a sí misma y, por qué no, frente al espectador, su incursión en el mundo del tráfico de drogas. La empatía con el personaje es tal que olvidamos que, sea cual sea su motivación, está ejerciendo una actividad ilegal, y que además es sólo la punta del iceberg. Esto lo hemos conocido en otras series de éxito como Breaking bad, pero pocas o ninguna en series protagonizadas por mujeres.
Jenji Kohan está detrás de otra de las series imprescindibles de los últimos años, Orange is the new black, en el que se nos presenta a un grupo de presidiarias de diferentes razas y condiciones. A pesar de que sabemos que han cometido errores, en ocasiones graves, aprendemos a escucharlas, a entenderlas, a amarlas en su imperfección e incluso a perdonarlas. ¿Cómo consigue Jenji Kohan que empaticemos con un grupo de criminales? La forma en la que se nos presentan sus historias, tanto en los flashbacks como en la cárcel, nos muestran el lado más humano de todas ellas. Vemos que antes que nada son personas, que han tomado malas decisiones, cierto, pero que en muchas ocasiones son víctimas de sus propias circunstancias. Poco a poco aprendemos a dejar de lado los prejuicios para profundizar en la situación personal de cada una y, como sucediera con Nancy Botwin en Weeds, conseguimos aislar a la persona de sus actos y empatizar con ella.
Otro punto destacable de la serie es el tratamiento de la sexualidad. La cárcel es para algunas de las protagonistas la ocasión de conocerse a sí mismas y explorar. Algunas sólo buscan refugio en un abrazo, en un beso, están necesitadas de contacto físico y ven en sus compañeras de condena el vehículo para suplir esta falta. Otras descubren que se puede amar a una mujer aunque hasta ese momento hayas salido con hombres, que los sentimientos se tienen hacia una persona y lo que te aporta al margen de su sexo. Las relaciones que se establecen en Orange is the new black nos permiten, por una parte, ser testigos de excepción de los vínculos que se crean entre personas destruidas o en fase de reconstrucción y, por otra, de mostrar algo que todavía es casi anecdótico, y es el de la visibilización de la transexualidad, la bisexualidad y el lesbianismo. Porque sí, el machismo llega incluso ahí, la mayoría de personajes homosexuales que vemos en pantalla son hombres.
Ellas y el sexo
Otra de las grandes aportaciones de la nueva generación de showrunners o productoras es la representación del sexo. Estamos demasiado acostumbrados a ver a la mujer, que por supuesto responde a unos cánones físicos establecidos, representada como un medio para satisfacer los deseos del hombre. Los suyos propios no son importantes, rara vez manifiesta sus necesidades y, si lo hace, no está exento de juicios o reproches.
En ese sentido Lena Dunham, talentosísima y exitosa escritora y guionista que ni siquiera ha cumplido los treinta años, nos muestra a través de Hannah, su personaje en Girls, a una joven moderna que no responde a los patrones a los que estamos acostumbrados. Ha sido criticada hasta la saciedad por mostrar su cuerpo desnudo en la mayoría de los episodios de la serie, pero nunca podremos agradecerle lo suficiente lo que eso ha aportado a la representación de la sexualidad femenina. Hannah, una joven con tanto carisma como defectos, sabe muy bien lo que quiere, y no duda en pedírselo a su pareja en la cama. Conoce su cuerpo –un tema casi tabú en el cine y la televisión- y le indica qué hacer en cada momento para alcanzar el orgasmo. Porque sí, el sexo es cosa de dos (o de tres, o cuatro…) y todas las partes implicadas tienen derecho a recibir, a dar y a disfrutar. Porque el misionero no es forzosamente la postura favorita de las mujeres, aunque sí parece serlo de los directores, y porque no pasa nada por mostrar mujeres capaces de tomar las riendas. De verdad, no pasa nada.
En lo que a la exploración sexual se refiere, una mujer que ha sabido plasmarlo con brillantez es Jill Solloway. En su aclamada Transparent se trata de forma magistral, por una parte, el proceso de cambio de género del protagonista, un hombre que pasados los sesenta decide gritarle al mundo que siempre se ha sentido una mujer y que quiere empezar a vivir como tal sin esconderse y, por otra, el del redescubrimiento de la sexualidad no sólo del protagonista, sino de sus hijos que también lidian con sus sentimientos y los fantasmas del pasado.
El éxito de la serie está marcado, además de por la indiscutible calidez del guión, por el cariño y la verdad con la que los actores encarnan a sus personajes. El propio protagonista, Jeffrey Tambor, que tiene dos Emmys en su haber por este rol, dice que, aunque está enamorado de su personaje, espera que la próxima vez que se haga una serie de estas características, el personaje sea representado por un actor transexual.
Muchas son, como veis, las aportaciones de las mujeres guionistas. No digo que un hombre no sepa hablar de las mujeres, que algunos lo hacen muy bien, pero es innegable que la mujer puede aportar un punto de vista diferente basado en las experiencias personales propias y de su entorno y mostrar en pantalla realidades que hasta ahora estaban ocultas o mal representadas. Confiemos un poco más en las mujeres.