Psicoanálisis y Filosofía

Un par de ciervos

Carola Higueras Esteban Psicóloga Psicoanalista

Un par de ciervos

El agua apaga el fuego
y al ardor los años
Amor se llama el juego
en el que un par de ciegos*
juegan a hacerse daño. 

En mi infancia, por alguna razón, este verso quedó guardado cambiando la palabra ciegos* por ciervos*. Quien me conoce sabe que soy dada a hacer este tipo de permutaciones. En esta ocasión, no se escapa la relación existente entre el amor y los cuernos, asociación casi tan frecuente como la del amor y la ceguera.

Y prosigue:

y cada vez peor
y cada vez más rotos
y cada vez más tú
y cada vez más yo
sin rastro de nosotros.

Aquí parece que nos referimos más al desamor. No considero que esta sea la mejor canción de Sabina, pero si que me retrotrae a la parte de atrás de un coche en algunos de los muchos viajes en los que he compartido asiento con mis hermanos. Supongo que en esos momentos nadie repararía en que yo le daba vueltas a la imagen que me evocaba esta canción, aquella en que el amor era algo que ocurría entre dos ciervos, uno frente al otro jugando a pelearse con sus cuernos.

A su vez, rondaban por mi cabeza frases abstractas que no comprendía, del tipo: se nos rompió el amor de tanto usarlo. Lo que me llevaba a preguntarme si de querer tanto a una persona se podía llegar a “desquererla”. No hay que decir que en este momento yo estaba centrada en entender cómo iba eso del amor romántico. Sin embargo, si que conocía el significado de otras frases como del amor al odio sólo hay un paso, se podría decir que en eso consistía la relación ambivalente con mi familia, como buena adolescente.

Yo seguía preguntándome: ¿era el amor tan ciego como decían? ¿Se llegaba a experimentar realmente una locura transitoria? Entre la ceguera, la locura, la ruptura y el dolor, no es de extrañar que le tuviera un poco de respeto a este asunto, ¿Y quién no? Tampoco el poema de Lope de Vega aclaraba mis dudas al respecto:

 

Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;

 no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave
olvidar el provecho, amar el daño; 

creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.

Con el tiempo descubrí que en el enamoramiento, en el amor del inicio, cuando aún te quedan muchas cosas por ver con y de la otra persona, se vive con gran placer ese deslumbramiento que ciega. Tras éste puede sobrevenir la ruptura o bien, transitar hacia nuevos estadios (vinculación, convivencia, autoafirmación, colaboración, adaptación) a la vez  que emerge la visión, mucha visión, aquella que hace que se vea en la pareja hasta el más mínimo detalle. Aquellos rasgos que antes parecían de lo más genuinos y que te hacían enloquecer, en el sentido amable del término, ahora, sin embargo, te pueden llegar a resultar insoportables.

Esta nueva visión hace desaparecer toda esa amalgama de proyecciones, idealizaciones, suposiciones e invenciones que volcamos sobre la figura del otro. No es de extrañar que aparezca el sentimiento de enfado ¿Quién es esta nueva persona que ha aparecido llevándose a aquella otra que nos hacía tan dichosos? ¿Por qué se parece tanto a la persona de la que nos enamoramos pero ahora no nos genera el mismo bienestar?

Mi libre asociación me lleva a reflexionar sobre el frecuente temor que experimentan muchos pacientes que acuden a la consulta para iniciar una psicoterapia, el miedo a  descubrir partes de ellos que les desagraden provocando un empeoramiento de la relación, ya de por sí frágil, que mantienen consigo mismos. Vuelve a surgir la conexión entre ver y acabarse el idilio.

A lo largo de mis estudios en psicología y formación psicoanalítica encontré a muchos autores que abordaron el tema del amor. Freud exponía que había que amar para no enfermar. Fromm, que se llega a conocer a la persona amada tan bien como a uno mismo, o quizás sería mejor decir tan poco. Según Winnicott, el amor depende de las capacidades emocionales desarrolladas desde la niñez precoz a partir del vínculo materno e influenciado por la capacidad de la madre. Lacan terminó sentenciando: la relación sexual no existe, señalando con ello la imposibilidad dentro de la pareja de la complementariedad, de la perfecta armonía, del poder convertir a dos en uno.

Cuando dos personas se encuentran y surge entre ellos el amor romántico, aparece la esperanza de que la pareja nos dará la felicidad, el sentimiento de que por fin hemos encontrado a alguien con el que poder fundirnos, sentirnos comprendidos y acompañados, que nos de sentido y finalmente alcanzar cierta tranquilidad para afrontar la vida en su compañía. Se da un momento ilusorio en el que, como plantea Lacan, creemos que esta relación imposible sí es posible.

Pero esta situación es temporal, poco a poco se van definiendo dos seres y aparecen los desencuentros, las diferencias, las incógnitas que nos plantea el otro, la ruptura de esa unidad utópica. Conocer a alguien con todos sus secretos y todas sus consecuencias nunca es idílico.

En terapia se observa que el problema de no afrontar la imposibilidad de una unión perfecta, de no hacer la experiencia de esta imposibilidad, de no vivirla y aceptarla de alguna manera, se transforma en un discurso de fracaso: el amor no existe, no ha habido entendimiento, la pareja no funcionó, no se eligió la pareja que convenía, el otro se mostró ante mí como una persona que no era, nunca seré correspondido…

A menudo la relación llega a su fin porque realmente no existe afinidad alguna entre los miembros que forman la pareja. Pero para los casos en los que sí se da una “compatibilidad suficientemente buena”, a medida que la persona es conocedora de esa “imposibilidad” es más probable que el amor con el otro tenga un lugar más digno, que ponga esta insatisfacción en su justo lugar y no se convierta en insostenible. Puede llegar a vivenciarse el vínculo como un reto, un aprendizaje, una evolución dinámica, donde haya cabida para trabajar en esa unión, y también, se permita un espacio óptimo para que cada uno de los componentes de la pareja pueda desarrollarse a nivel individual.

Comúnmente se suele decir que el amor es ciego, y si bien es cierto que es beneficioso dejarse llevar por la vida disfrutando de cierta ceguera selectiva, a medida que ésta vaya desapareciendo y nos muestre un nuevo panorama con diferentes contornos, no necesariamente significa que haya pasado el ángel para un final cantado por Silvio Rodríguez. Puede que nos hallemos ante un nuevo panorama, algo más  complicado, contradictorio, pero que no se encuentra bajo la tiranía de la perfección. Donde tienen cabida los defectos, las dudas, los cambios, las adaptaciones, los encuentros y desencuentros, la evolución y la elaboración.

Seguiré haciéndome preguntas acerca de lo enigmático del amor. Aunque la verdad es que, ahora que lo pienso, tampoco me parece tan descabellada la idea de que se trate de un par de ciervos que juegan y se divierten, o se hacen daño.

Psicoanálisis y Filosofía

Carola Higueras Esteban

Psicóloga Psicoanalista

Licenciada en Psicología (Universidad de Granada). Especialista en Psicoterapia (Europsy).
Master en Psicoterapia Psicoanalítica (Universidad Complutense de Madrid). Especialista Universitario en Clínica y Psicoterapia Psicoanalítica (Universidad Pontificia Comillas). Miembro de The International Asociation for Relatioanal Psychoanalysis & Psychotherapy (IARPP). Miembro en formación de la Sociedad Forum de Psicoterapia Psicoanalítica.
Actualmente trabajo en consulta privada en Granada donde atiendo a mis pacientes y sigo aprendiendo de ellos.