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Una generación en diáspora creativa

Angélica Rodríguez

No es secreto para nadie el movimiento migratorio hacia tierra española y europea en general, en la última década de este siglo. Y es que jóvenes profesionales y no tan jóvenes, han optado a una mejor calidad de vida que sus países ya no podían otorgarles. Este es el caso de colombianos, dominicanos, africanos y un recién boom de venezolanos, solo por mencionar a algunos que de seguro son muchos más, transformando así esta geografía en un abanico de culturas.

Cada uno de ellos representa un sinfín de sueños y metas por cumplir que lamentablemente han necesitado cruzar las fronteras para ser alcanzados. Este fenómeno de diáspora no es ajeno a la historia, y lo vemos representado en uno de los pueblos más maltratados de la misma, uno, que fue dejando su huella por el mundo, y no en busca de sueños sino tras la vida misma y la libertad, como lo fue el pueblo judío, quien fuera el primero en experimentarlo en el año 722 a. C., siendo interesante subrayar que los principales judíos dispersos en esta época eran los personajes más destacados de sus sociedades, como intelectuales, banqueros y funcionarios, dándonos esto la impresión  de que la historia es cíclica.

Tanto ellos como aún más recientemente el pueblo cubano, dos referencias y realidades obligadas, se vieron en la necesidad de buscar nuevos horizontes y hacer uso de sus habilidades para subsistir en esas tierras que les dieron cobijo.

Y es precisamente ese tipo de  experiencia la  que juega un papel predominante en el resurgir del movimiento creativo en pro de alcanzar esas metas y sueños. Es entonces cuando vemos una gran masa de inmigrantes reinventándose la vida, siendo generadores de nuevas ideas y conceptos que parten de la obligación de sobrevivir a través de la imaginación. Nunca la creatividad tiene más significado que cuando nace de la intrínseca relación entre la necesidad y la capacidad del ser humano de crear.  Ese proceso creativo viene impulsado por una fuerza sobrenatural más allá de la cognitiva, que está llena de conocimientos, valores, idiosincrasia, ganas y osadía, porque como bien dijese Einstein “En los momentos de crisis, sólo la imaginación es más importante que el conocimiento.”

Todo este cúmulo de elementos apoyados en una nueva era de globalización, donde la competencia laboral también tiene un lugar, le imprimen a estas generaciones en diáspora una nueva visión de emprendimiento, por lo que, así como no es extraño encontrar a un ingeniero químico preparando pasteles y tartas para vender, tampoco lo será el médico o enfermero que dé masajes relajantes a domicilio o como recientemente sucede de forma ambulante en centros comerciales de Panamá, donde por unos pocos dólares recibes  un masaje en tus manos luego de las compras.

De igual forma surgen nuevos tipos de empresarios que aprovechan el auge tecnológico para, a través de las redes, tener una oportunidad comercial sin la legalidad exigida en un trabajo común, como es el caso de los community manager quienes desde sus habilidades comunicativas y creativas gestionan, construyen y administran una marca, siendo todo esto posible gracias a que un gran número de jóvenes en esta situación, están altamente cualificados profesionalmente aun cuando no puedan ejercer sus carreras en estos nuevos destinos.

Y de este auge creativo no escapan las artes en sus diferentes expresiones, como es el caso de  numerosos escritores que protagonizan esa película de cerebros fugados; quienes desde su exilio voluntario u obligados hacen de la nueva tierra que pisan la cuna de nuevas historias. Historias donde convergen el acento original lleno de recuerdos, cultura y lenguaje, junto a la nueva realidad que les toca vivir, y es de ese híbrido de donde nace un producto creativo que llega a envolvernos a través de las palabras y su sintaxis.

Así mismo ocurrió y ocurre en la pintura. El lienzo se convierte en el mejor escenario del artista al querer expresar en la mayoría de los casos aquello que le toca la fibra de los recuerdos, como tratando de plasmar la inamovilidad de un tiempo y una tierra que ya no está pero que se niega a desaparecer de su realidad, la cual también le permite generar nuevas obras que comuniquen lo que quiere, siente e imagina.

Y qué  decir de la música, cuántos artistas  nos encontramos en los subterráneos y calles a diario, manifestando con su voz o con su instrumento el talento creativo que poseen. Quienes en su mayoría no tiene nada que envidiarle a aquellos con mayor fortuna discográfica, y todo esto por obtener un beneficio económico dentro de esa burbuja de creación, que aunque se pincha fácil al afrontar la realidad de su diáspora individual, se nutre de la imparable necesidad de crear acordes y melodías que le permitan drenar lo que habita en lo más íntimo.

Es así como esta generación potencia la innovación desde la inmigración, ya que es el resultado de esas experiencias interculturales lo que aumenta su capacidad de identificar oportunidades. Oportunidades que muchas veces no son visualizadas por el nacional, y no por falta de desarrollo en esa área cognitiva, sino por ausencia del factor motivacional que se genera al decidir llevar tu vida en dos maletas.

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Angélica Rodríguez